El espeluznante drama de ayer en Santo Domingo Este, donde un capitán pensionado de la Armada mató a su pareja, a un hijo, hirió a otro, le quitó la vida a su nuera y se suicidó, es para reflexionar y recordarnos que vivimos en una sociedad violenta, realidad palpable y cotidiana.

Generalmente son los hombres quienes tienden a reaccionar de manera desproporcionada e injustificable a ciertas situaciones; una ruptura de pareja, un roce de vehículos, una discusión por un parqueo, que se pueden abordar de otra manera, pero los dominicanos llevan siempre al extremo, y más cuando portan un arma.

Cada hecho violento ya consumado que llega a la prensa es consecuencia de un largo proceso, con niños criados por padres que creen que a los golpes se corrigen conductas, con esos niños ya adultos que repiten ese patrón de agresiones con sus esposas e hijos.

Ninguna persona nace violenta, salvo que tenga una enfermedad mental. Esto significa que la mayoría aprende esa violencia de padres que crían a golpes, en una sociedad que normaliza el castigo físico como forma de someter a la obediencia.

Constantemente aparecen en las redes cartelitos con una chancleta, una vara y una correa y leyendas inaceptables como que gracias a que me criaron con esto soy buena persona, aprendí a respetar, y otras tonterías parecidas.

Hay violencia en el cine, en la tele, en los juegos virtuales que los niños practican sin ninguna valoración moral de los adultos, pero también cuando se deja a los chicos en la calle, donde aprenden a pelear para defenderse, sin conocer otra manera de resolver sus conflictos.

La sociedad necesita de políticas educativas, de campañas de concienciación y prevención, pero articuladas desde todos los sectores, con la guía de especialistas en la conducta, de terapeutas y maestros.

Los primeros que tienen que desaprender la violencia son los jóvenes, que todavía están a tiempo, los niños en edad temprana, porque pueden formarse en una cultura de convivencia pacífica, las mujeres, porque necesitan identificar los patrones violentos de sus posibles parejas antes de que se presenten.

Si nuestra sociedad no encara este problema de manera integral, con políticas a largo plazo, seguiremos viviendo dos realidades paralelas: la de las estadísticas oficiales que señalan alentadoras disminuciones, y las agresiones y muertes de mujeres, jóvenes y niños que no son simples números, son personas.

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