En un principio, cuando internet era un espacio virtual que conectaba al mundo con el mundo, es decir, a puntos remotos con otros espacios lejanos situados a miles de kilómetros, las redes sociales aparecieron como un vehículo superior de comunicación.

Incluso, pensadas como herramienta precisamente para “socializar”, se llegaron a asumir como algo que propiciaría una democratización de la opinión pública, aunque no necesariamente para mejorar la calidad de la deliberación pública.

Ahora, se decía, existe la oportunidad de publicar lo que se piensa y de influir con nuestro criterio.

Sin embargo, lo que pudiera servir de herramienta esencial a una opinión pública vigilante y participativa, ha devenido, en lo fundamental, en instrumento para esparcir sandeces y fomentar la desinformación.

Existe una preocupación generalizada por las calumnias y por la destrucción de reputaciones con rumores y acusaciones infundadas que no necesitan demostrarse porque parten de la premisa goebbeliana de “miente, que algo quedará”.

Un grave problema es que se ha empezado a contaminar a los medios tradicionales, en parte por la adicción a la urgencia por las primicias, que conllevan a la inobservancia de criterios básicos, reglas de oro como verificar y contrastar.

Las redes sociales están al servicio de gente fofa y sin sustancia, de opinólogos inconsistentes, de internautas muchas veces repletos de información pero vacíos de reflexión, incapaces de analizar y discernir, víctimas algunas de ellas de un fenómeno social que genera obsesión y angustia por encontrar contenido fabuloso que publicar, aunque sea inventado.

Se han convertido en vehículo para sepultar reputaciones y enlodar la imagen de personas serias que hacen su trabajo con el rigor que exige el desempeño correcto de su profesión.

El daño a las sociedades, y a los valores positivos, es inmenso porque la velocidad a la que circulan las informaciones falsas y las difamaciones convierten a quienes las difunden en campeones de negatividades, sin importar el ámbito y donde nada sirve.

Si nos lleváramos de rankings, mediciones, chismes y de las cuestiones para las que las redes sirven de termómetro, seríamos primeros en todo lo malo.

Con su casi omnipresencia, las redes terminarán creando una realidad paralela de difamación, infamia y odio, donde la impunidad será el pan de cada día.

Posted in Editorial, Opiniones

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas