De todos los líderes mundiales el único que ha mantenido un discurso coherente y sin fisuras contra la guerra ha sido el papa Francisco, y sus exhortaciones contra lo que él ha definido como “un infantilismo bélico” que parece apoderarse de las grandes potencias ha sido constante en los últimos años.
Recientemente, al finalizar una audiencia general en la plaza de San Pedro, en el Vaticano, el sumo pontífice exhortó a los fieles de todo el mundo a unirse en oración durante el mes de octubre para combatir “la locura de la guerra”, les pidió rezar el rosario todos los días y depositar en manos de la Virgen María tanto el sufrimiento como el anhelo de paz de aquellos pueblos que se encuentran en medio de conflictos armados.
No es la primera vez que el santo padre alza su voz contra las guerras que llenan los bolsillos de los fabricantes de armas mientras siembran de muerte y destrucción vastas regiones del planeta, como el Medio Oriente, donde las bombas no distinguen entre mujeres, niños o ancianos y reducen poblaciones a cenizas.
Alguien dijo una vez: “Una guerra es un enfrentamiento en el que gente que ni siquiera se conoce se masacra para defender los intereses de gente que sí se conoce, pero no se masacra”.
De ahí que los amantes de la paz deben estrechar filas junto al Santo Padre, porque su mensaje se yergue por encima de las pasiones, sin sesgos, sin hipocresía, y pedir que se iluminen las mentes de quienes tienen el poder de acallar las armas y terminar con las guerras insensatas, como él mismo las califica.
Francisco pidió también rezar por la unidad de la Iglesia, que “es la unidad entre las personas y no se consigue en la mesa, sino en la vida”, y criticó que todos la quieren, pero en torno a su propio punto de vista, sin tener en cuenta lo que piensan los demás.
Al margen de las creencias y con absoluto respeto a la fe de todos y cada uno, no podemos menos que apoyar los llamados a la paz del papa Francisco, porque el hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, no fue creado para empuñar las armas contra sus semejantes, ni mucho menos para fomentar el odio y la destrucción.