Otra vez, como ha ocurrido sucesivamente en los períodos navideños durante la gestión de gobierno del PRM, retorna el debate sobre la entrega de bonos de RD$1,500 presuntamente a personas necesitadas, ya sea por la objeción a la metodología de distribución o por si realmente es equitativa. Incluso, hay comparaciones de la entrega de esta tarjeta con la práctica anterior de suministrar cajas con productos alimenticios.

En la discusión se involucran diferentes sectores, desde políticos a congresistas, iglesias y organizaciones de la sociedad civil, una confrontación que compara la entrega del bono como una modalidad más digna que el supuesto desorden del reparto de cajas.

La opinión de los actuales gobernantes es que la distribución de tarjetas es una manera novedosa de actuar con generosidad y justicia para que todos puedan celebrar las fiestas con alegría.

Pero que se discuta que sea más o menos indignante la tarjeta que la caja, quizá desvíe la atención de lo esencial, y es que ambas modalidades son asistencialistas.

Que se entregue alimento para una noche o se regale un juguete a los niños por un día, no pasa de ser un gesto tradicional que no contribuye a disminuir los índices de la pobreza absoluta en nuestro país.
Lo negativo de ambos métodos es que no involucran a la gente ni a sus comunidades, sino que las suplantan en cuestiones que les atañen y no humanizan ni tampoco empoderan.

De ambas modalidades de reparto se puede decir que rayan en el populismo, que reeditan la cultura de la dádiva de una política clientelar y acostumbran a los pobres al “dao”.

Tarjetas o cajas tienen pro y contra. Los de las cajas, pese a su “indignidad”, alegan que la economía “derramaba” por el apoyo a pequeñas y medianas empresas, a productores y suplidores nacionales, que comenzaba con el material de empaque, plásticos y cajas de cartón más la subestimada uva de Neyba para el vino y mermelada y el inigualable casabe de Monción.

Un lado flaco de las tarjetas radica en la denuncia de que las capitaliza el entorno político gubernamental para beneficio de sus adláteres.

Lo deplorable y penoso de tarjetas y cajas es que politizar la entrega le quita valor a lo que pudiera ser un esfuerzo muy puntual y complementario de los programas sociales que ejecutan los gobiernos para beneficio de los sectores vulnerables.

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