Algunos economistas -sobre todo, político-, sin ofensa, tienen fama de pájaro de mal agüero, pues les toca presagiar miserias, catástrofes, desequilibrios, ajustes, desbarajustes, turbulencias, crisis; en fin, desgracias y, pocas veces, bonanzas o simple reconocimiento, a menos que no sea un economista enquistado en una posición gubernamental y esté obligado a dar declaraciones públicas sobre finanzas, deuda pública o balanza comercial.
Sin embargo, a ese economista funcionario-publico -que no tiene que ser necesariamente político, aunque haga malabares “técnicos”- u otro progobiernista (“rentista” de proyecciones-macroeconómicas artificiosas) se le contrapone otro economista, que, aunque también es un técnico, político oposicionista que siempre nos dirá que nada va bien, que las cifras oficiales sobre el desempeño de la economía o las finanzas públicas son de puro maquillaje y que el país va rumbo al precipicio o hacia “un hoyo fiscal”, por deuda pública impagable, abultada nómina, prestamos, hipercorrupción pública y planes no viables de desarrollo.
El otro cliché, en boca de un economista político-oposicionista, es cuando hay un cambio de gobierno: “no entregaron el país quebrado y sin liquidez siquiera para la nómina del próximo mes”. Luego, ese mismo economista político, si es nombrado en una cartera o ministerio de manejo de la economía, casi inmediatamente comienza a ensayar el libreto -de leguaje técnico- con que empezará a dosificar su anterior discurso, críticas y declaraciones públicas. Por supuesto, esto no lo hará mientras el repertorio y tiempo para lamentaciones tengan oído ciudadano, pero una vez esa recepción-compresión pública se acabe; ahí mismo, como por arte de magia, el economista político-funcionario tomará su abecedario y aunque haya transcurrido solo tres o cinco meses de la instalación de un gobierno, cualquiera, ya el discurso será otro: la economía va mejorando, el gastos públicos ha sido reorientado, los préstamos son necesarios, estamos mejorando la balanza comercial -incluso, ¡hasta hemos disminuido la deuda pública!-, cierre de brechas discrecionales, la canasta familiar es nuestra prioridad, estamos enfocados en nuevos planes de viviendas de bajo costo (por no seguir el anterior); en fin, que el país se va enrumbando por “nuevos senderos de desarrollo social integral y mucha disciplina-prioridad en el gasto público”. Así suele terminar cualquier estribillo oficial de turno.
Quizás, por esas maromas discursivas, Joaquín Balaguer nombraba ingeniero en Educación y abogado en el Banco Central, con la única condición u especialidad de que fueran políticos -abiertos-confesos o de “la secreta”-.
Por ello, muero de risa cuando leo papagayos economistas desdiciéndose y contando maravilla de un desierto-país, hasta hace poco, árido, mal-administrado o, sin futuro. La verdad, carajo, que ciertos economistas sirven hasta para astrólogos-chamanes o hazmerreir… (cuando no, de vulgares mercenarios).