Un 15 de julio de 1876, murió a la edad de 63 años Juan Pablo Duarte y Díez, en Venezuela. Sus restos mortales reposaron allá hasta el año de 1884, cuando fueron traídos al país por el gobierno de Ulises Heureaux. Desde ese momento se pudo en duda la proceridad de Duarte, asuntos de índole política y familiar de quienes tenían influencia política en ese momento histórico influyeron en ello, y elevaron injustamente dos próceres nacionales, casi a su misma altura. El incisivo y siempre bien documentado Jiménez Grullón, lo describe al detalle en su ensayo “El mito de los padres de la Patria”.
De igual forma, surgió una línea historiográfica que sublimiza la figura de Duarte, como un ser sin pasiones mundanas, sin deseos carnales, y que solo vivió y respiró por la alta idea de ver libre a su país.
Lo cual, quizás, no le ha favorecido al presentarlo diferente, inalcanzable, distante. Al respecto dice el doctor Balaguer, en su libro “El Cristo de la libertad”: “El padre de la Patria fue una conciencia seducida por la figura de Cristo y hecha a imagen de la de aquel sublime redentor de la familia humana. Duarte fue, como Jesús, eternamente niño, y conservó la pureza de su alma cubriéndola con una virginidad sagrada (…), p. 167.
Se afirma, como idea dominante, que Duarte vivió y murió en la mayor de las desgracias materiales, al cuidado de sus hermanas. Mientras otros plantean que no, que el Padre de la Patria tuvo una intensa y fructífera labor comercial, con cercanía a la alta sociedad de aquel país, al extremo de que un primo hermano suyo llegó a ser presidente provisional, por cinco meses, de Venezuela. Lo que contradice la idea de la pobreza extrema, sobre la que dice Balaguer en su texto ut supra citado: “Los últimos años de su vida los pasa Duarte agobiado por las privaciones materiales” (p. 164); “El mal estado de su salud lo obliga a compartir el escasísimo pan que obtienen sus hermanas a costa de conmovedores sacrificios” (p. 165). Afirma luego que estaban en “los peores extremos de la indigencia”.
Otro dato del cual poco se habla es de los padecimientos mentales del padre de la Patria en sus últimos años, si los tenía. Es sabido de la tuberculosis que sufrió hasta su último suspiro, pero de lo otro poco se dice, algunos hablan de sufrimientos “morales”. La pregunta sería ¿murió Duarte con sus facultades intelectuales afectadas o disminuidas?
El doctor Balaguer, en el libro citado, pág. 165, solo dice: “Los achaques y los eclipses que a veces oscurecen su inteligencia lo han convertido poco a poco, con dolor de su dignidad humillada, en una carga agobiante (…)”. ¿Afectaría esto conocer a fondo la imagen del Patricio, o lo haría más humano y cercano? ¿Dudaríamos de nuestra admiración y agradecimiento eterno, o lo elevaríamos aun más al conocer, y entender, su profunda humanidad? Se nos terminó el espacio, pero no Duarte. Duarte siempre es un comienzo.