Beijing, China. A las 4:25 de la tarde del 5 de marzo del 2013, el comandante Hugo Chávez Frías entró en la gran corriente del universo, fundiéndose definitivamente con su pueblo y los demás pueblos luchadores del mundo. Su partida física fue prematura y dejó una inmensa sensación de vacío y orfandad en millones de hombres y mujeres de todo el planeta, que sabían que con su partida la historia contemporánea perdía a uno de sus grandes hacedores; de esos que, en pocos años, con su lucha de gigantes, remueven siglos de sumisión y liberan para siempre.
Chávez vive y está presente en la acción resistente y creadora de todos, porque un hombre de su talla no se puede reducir a las fronteras del país en que nació. Chávez es patrimonio de la Humanidad como lo son Bolívar, el Che, Fidel Castro, Ho-Chi Minh, Mao Tse Tung, Luperón, Duarte, Caamaño, José Martí, Hostos, Emiliano Zapata, Sandino y Allende, entre otros. No lo perdimos, sino que lo encontramos, y para siempre.
Su gran mérito fue entender la lucha ancestral de su pueblo como la continuación dialéctica de la lucha de liberación, de la gesta bolivariana y conectarla con la lucha mayor por la erradicación de las sociedades divididas en clases sociales y basadas en la explotación y exclusión de los trabajadores y los más desfavorecidos. No improvisó, sino que retomó lo que la acción torva de la oligarquía vendepatria venezolana y del imperialismo norteamericano había interrumpido y sepultado en el olvido. Con Chávez regresó el honor, el patriotismo, la justicia, la solidaridad sin fronteras, el valor de la historia, de la verdad y la belleza.
Hugo Chávez fue un revolucionario cabal, que es la única forma de practicar un humanismo verdadero y no prostituido por la hipocresía y las apariencias demagógicas. Fue hombre de pensamiento, de acción y de palabra. Entregó su vida y su pasión a la causa de su pueblo y de otros pueblos del mundo. Fue valiente y sincero, no abusó sino que en todo momento honró la confianza en él depositada por los venezolanos; no tuvo un minuto de tregua ni de reposo, venciendo todas las encerronas y planes del enemigo; alzando la dignidad de su nación como el mejor escudo y ejemplo para el resto del mundo. Volvió a poner en los primeros escenarios mundiales, la causa de la justicia y la equidad. Cualquier agresión imperial y todo abuso, haya sido en los Balcanes, África, América Latina o Palestina, encontraron siempre la voz de repudio y la palabra solidaria de Chávez. Fue, por méritos propios, la conciencia moral de su época, el amigo fiel que nunca falla, el mandatario honrado y sencillo que puso la riqueza de su país al servicio de las causas justas, de la felicidad de los pueblos del mundo, incluyendo el dominicano.
Su denodada lucha contra el neoliberalismo tuvo su momento climático en la Cumbre de Mar del Plata, en el 2005, cuando los gobiernos de la región rechazaron la treta engañosa del imperio y del ALCA optando por la integración regional y la atención a los verdaderos problemas y prioridades de sus pueblos. En contraposición a esa premeditada balcanización y expolio de la región, Chávez fue el entusiasta promotor de la verdadera integración, de raíz bolivariana, promoviendo la creación de nuevos instrumentos integradores, como Petro Caribe, el ALBA y Celac.
Si Bolívar ha pasado a la historia como el Gran Libertador de América, Chávez lo ha hecho como el Gran Integrador de nuestros pueblos.
No se ha ido. Está en cada acción de resistencia ante los peligros y amenazas internas y externas; está en la búsqueda ancestral de la justicia y la redención humana; está en la creación de formas nuevas de convivencia y en la reverencia patriótica a las glorias vividas por los pueblos.
Chávez no se ha ido, ni puede irse, porque sigue siendo necesario, útil, imprescindible.
Lleva estos últimos diez años más vivo que nunca, guiándonos en las batallas.
Salud, comandante eterno, te abraza el bravo y noble pueblo dominicano.
Sigamos adelante, con Chávez y su legado de enseñanzas y proezas, comprometido y en continuidad por su discípulo aventajado Nicolás Maduro Moros.