Mediante Resolución No. 6-39 de fecha 6 de junio de 1939, siendo Secretario de Estado de Justicia, Educación Pública y Bellas Artes el licenciado Virgilio Díaz Ordóñez, se consagró celebrar “El Día del Maestro”, día en que los alumnos reciben sus calificaciones que determinan la suerte corrida durante el año escolar y en ese mismo día los apóstoles de la enseñanza reciben los regalos que, por afecto y agradecimiento, les traían sus queridos alumnos.
Por las modificaciones que por diferentes circunstancias se han introducido en el calendario escolar, para esa fecha la mayoría de las instituciones educativas están cerradas, por lo que la tradición de la celebración del “Día del Maestro” se ha ido perdiendo, razón por la cual sigo abogando porque se cambie de fecha su celebración y se incluya dentro de los días hábiles del año lectivo para que el obrero de la “tiza y el borrador” reciba el homenaje que merece su loable apostolado de “enseñar al que no sabe”.
Justo es reconocer, que aunque no en la forma deseada, la situación del maestro ha cambiado considerablemente en comparación con épocas anteriores por lo que ya no tiene vigencia la frase vejatoria “de que se tenía más hambre que un maestro de escuela”, lo que ha motivado que a los que nos dedicamos a la noble tarea de la enseñanza nos agrada y hasta nos estimula que nos saluden y nos llamen “maestro”. Pongo mi propio ejemplo: Soy egresado de cuatro prestigiosas universidades, dominicanas y extranjeras, alcanzando los títulos de doctor y licenciado, pero para mí constituye un halago y hasta una distinción, cuando me llaman “maestro”.
Tomando en cuenta la función del maestro, resultaría difícil tratar de definir su significado etimológico y hasta conceptual. Sin embargo, haciendo uso de la historia y de la pedagogía, me voy a referir a algunas de las alusiones referentes al maestro y así leemos cómo Quintillano y Luis Vives insertan aspectos del maestro en sus obras de contenido pedagógico general y los grandes Santos de la Iglesia Católica, San Agustín y Santo Tomás, califican “De magistro” sus grandes obras pedagógicas.
El Papa Pío XI en su Encíclica sobre la educación cristiana de la juventud decía con gran acierto: “Las buenas escuelas son fruto no tanto de las buenas ordenaciones, cuando de los buenos maestros”.
El diccionario de Pedagogía de Víctor García Hoz, da tres acepciones de la palabra maestro, según el siguiente orden:
En primer lugar, “el maestro es el hombre eminentemente que en cualquier faceta de la cultura, con su obra científica y literaria verdaderamente relevante, influye en la vida y la formación, incluso de los que establecen contacto con él solo a través de sus obras”.
En segundo lugar, “se aplica al que por su capacidad dirige una obra o un taller en el cual colaboran otros artesanos de categoría inferior. Esta noción implica un doble contenido; de una parte la habilidad para ejercer un oficio y, de la otra, una influencia de tipo formativo sobre los que con el maestro trabajan, como son los aprendices”.
En tercer lugar, tenemos el vocablo maestro con un sentido o significado más restringido: “hombre que consagra su vida a la tarea educativa”.
La jubilación con sueldo completo, como la concibió el maestro y sociólogo Don Eugenio María de Hostos, a principios del presente siglo, en su proyecto de reforma educativa de 1901, es el premio mayor que puede ofrecérsele a esta clase tan marginada, pues resulta imposible pensar en hacer las reformas educativas que necesita el sistema, si antes no ponemos en condiciones sociales, económicas y de capacidad al actor que por obligación es el que tiene que enfrentar e implementar dichas reformas.
Lamentablemente, en el Santo Pueblo de Dios deambulan muchos maestros con pírricas jubilaciones que de ninguna manera les alcanza no solo para comer pero mucho menos para comprar sus medicamentos para poder seguir vivos.
Mis saludos, mis felicitaciones y mi recordación de compañeros en el mismo ideal del magisterio, a todos los maestros dominicanos, principalmente a los que laboran en los más apartados rincones de nuestra geografía nacional con grandes dificultades y sin los medios necesarios para impulsar el difícil proceso enseñanza-aprendizaje.
Como homenaje de respeto les dedico la bella poesía del profesor Carlos González Núñez, titulada “Bendición al Maestro”, que en su primare estrofa dice:
“Maestro, te bendigo por tu vida modesta,
porque pones las almas de los niños de fiesta,
y al sentir que mi alma hoy comulga contigo,
en el nombre de todo, Maestro: “Te bendigo”.