El senador estadounidense Gaylord Nelson instauró hace 50 años el 22 de abril como un día para crear conciencia mundial respecto a la importancia de la biodiversidad bajo el nombre “Día de la Tierra”.
A diferencia de años anteriores en los que en este día en casi todo el mundo se organizaban festejos, conferencias, exposiciones y en general distintas actividades para celebrar la fecha, el 22 de abril de 2020 encontró al planeta en el medio de la pandemia del coronavirus.
Esta crisis por el COVID-19 ha afectado considerablemente al ser humano, sin embargo, paradójicamente, el confinamiento de personas por cuarentenas le ha dado un respiro a la Tierra, pues las principales amenazas y peligros que la misma ha enfrentado son consecuencia justamente de la mano del hombre. Es por esto que hay que prestar atención especial al papel que juega el humano en hacer daño al planeta y tratar de que, cuando pase la pandemia, quede un aprendizaje que se traduzca en mayor concienciación.
Todos los años organismos internacionales como la Organización de la Naciones Unidas (ONU) han presentado numerosos estudios e investigaciones técnicas que proyectan a la tierra en gran peligro.
Esto así, no sólo por el aumento de temperatura que se espera como consecuencia del cambio climático, sino además por la reducción desproporcionada de recursos en el planeta, por el debilitamiento de la capa de ozono y por una escasez de agua que afectará a casi tres mil millones de personas para el año dos mil veinticinco.
En República Dominicana existen en varios lugares problemas de deforestación, contaminación y entre otras cosas, degradación de sus recursos naturales. La penosa situación de las cuencas hidrográficas, el cercenamiento de áreas protegidas y la falta de sentido común para cuidar recursos que no son renovables o animales en peligro de extinción, conforman un panorama del que derivan malas expectativas.
Ante esto, se hace necesario que en nuestro país a este tema medioambiental se le dé un sentido más profundo. Y las personas que, ya sea por su condición económica, su poder, su inteligencia, su talento o, en general, sus circunstancias privilegiadas, tienen más posibilidades de ofrecer una ayuda efectiva, tienen sobre sus hombros un imperativo moral aún más fuerte de convertirse en agentes de cambio.
Hay contados ejemplos de individuos que han asumido con altruismo esa responsabilidad y con ello generan esperanzas. Pero hace falta mucho más, y de mucha más gente, para que los resultados sean palpables y conducentes a que se pueda garantizar un verdadero desarrollo sostenible. Más empresarios que dediquen parte de su tiempo y su dinero para mejorar el medioambiente , más políticos que entiendan la trascendencia del tema y utilicen su poder de decisión en beneficio de la tierra, más intelectuales y científicos que se esfuercen en generar ideas y nuevas posibles soluciones al problema, y menos, mucho menos individualismo.