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El tema Trujillo y la dictadura que encarnó, a pesar de acuciosos estudios sobre “esa larga noche” -Roberto Cassá, Moya Pons, Juan Bosch, Franklin J. Franco, Bernardo Vega, Miguel Guerrero, entre otros-, ha sufrido una suerte de sesgo periodístico-novelístico cuasi de rentable negocio editorial, pues, en la mayoría de los productos -libros-anécdotas- de esa estantería, se exhibe un engendro de dictador al margen de las causales sociohistóricas que dieron origen al fenómeno para vendernos, prácticamente, el sadismo y los entretenimientos -asesinatos, robos y crímenes de lesa humanidad- de un psicópata que, según se lee -y se quiere vender-, actuó solo -¡vaya novela!- obviando la comparsa de alcahuetes, esbirros y serviles -algunos dizque “atrapados”- que participaron conscientes y entusiastas de aquella orgia de sangre, oprobio y desmanes inenarrables…
El colmo de esa irresponsabilidad “histórica” y novelesca -y rentable negocio, por demás, ha sido que, incluso, parte de esa comparsa, que aun escribe y respira, han tenido el tupé de escribir la “historia de la dictadura” como cantó la Lupe “…a su manera” y desde la grada, como si no hubiesen sido actores, directos o indirectos, de primera línea. ¡Que timbales!
Por ello, ya es hora no solo de desmitificar al sátrapa; sino también a la legión de alcahuetes y secuaces que se beneficiaron de aquel régimen de oprobio y sangre.
Es hora de accionar una Comisión de la Verdad sobre la dictadura trujillista y sus crímenes, y desterrar la atmosfera política-cultural e “institucional” que aún se respira en no pocos ámbitos de nuestra vida pública. Y resultaría de medular importancia, en primer orden, cerrar, de un portazo, los alientos de liderazgos continuistas -más allá de lo que nuestra Constitución consigna- y ponerle coto a esa fábrica-mercado de embustes novelescos sobre el sátrapa sin mirar el paisaje, de secuaces, asesinos y cómplices, completo.
Trujillo, y no es una defensa, no actuó solo. Tuvo una retahíla de alcahuetes y serviles que se llevaron a la tumba sus crímenes y bellaquerías; e igual, algunos, que aun respiran y escriben, que no han tenido el valor de confesarse y decirle al país hasta dónde se mancharon… (porque hasta Balaguer, en cierta forma, fue más sincero -¿o cínico?-, pero, al fin, más responsable en su orgánico y medular trujillismo: ¡nunca lo negó!).
Vamos…, hagamos que confiesen…, o mejor y más saludable -para el país y el afianzamiento de una real cultura democrática-, démonos una Comisión de la Verdad -despojada de odios y rencores- sobre la dictadura trujillista, sus crímenes, horrores y secuaces… (y, de paso, tiremos al vertedero público, esos dos proyectos de “leyes”: el que apunta a la autocensura, bajo el alegato de “garantizar” dizque la defensa al “Honor”, la “intimidad” y la “Imagen”, y el otro que pretende restringir, solapadamente, manifestación pública-ciudadana -cuando, por ley y desde antaño, solo se notifica).
Pongámosle fin, de una vez y por todas -y vía un nuevo currículo educativo-, a la atmósfera política-cultural del trujullismo…