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Cuando una mujer sale a la calle, sobre todo si es joven y bonita, va preparada para escuchar todo tipo de frases, tanto halagüeñas como, las más de las veces, ofensas a las que está expuesta por el solo hecho de ser mujer. Es una forma de agresión, de violencia, tan socialmente aceptada como si se tratase de un folklore cotidiano.
Desde floridas loas a su apariencia hasta expresiones con doble sentido, insultos sexuales explícitos que incluyen menciones a su anatomía, forman parte de un acoso callejero que campea en todas partes, sobre todo en determinados lugares donde el tigueraje nini (ni trabajan ni estudian) se apodera de las esquinas y se considera con derecho a molestar y ofender a las jovencitas.
Las mujeres tienen internalizado que para esta agresión la mejor respuesta es el silencio, la indiferencia, cambiarse de acera, mezclarse entre las personas que cruzan las calles para pasar inadvertidas, pero esta cultura de la falta de respeto, de molestar por molestar, persiste.
En países como la Argentina es tan grave que hasta se ha sancionado una ley contra el acoso callejero, porque el piropo es exactamente eso, el acoso de un hombre que considera una prerrogativa de macho el molestar a las mujeres.
Así también algunas damas se asombran cuando pasan frente a hombres solos o en grupo y no reciben atención. He escuchado a una periodista decir alguna vez: “Hoy no me han dicho ningún piropo y yo todavía estoy buena”. Muy mal vamos si se considera que las porquerías que se les dicen a las chicas en la calle son un baremo de “estar buena”.
Cabe diferenciar el piropo callejero del cumplido, que es un halago que se intercambia entre personas conocidas, que tienen una relación de trabajo, un parentesco, una amistad. En estos casos el cumplido será siempre una frase correctamente expresada, sin doble sentido, que puede envolver un saludo de cumpleaños, o una felicitación por un logro u otro motivo.
Pero el piropo, aun si algunas mujeres lo asumen como un festejo de su belleza, será siempre una agresión, una invasión a la privacidad de una dama que tiene todo el derecho de caminar por las calles sin que ningún desconocido la moleste ni le señale detalles de su vestimenta o de su cuerpo.