La palabra nostalgia tiene varios sinónimos, pero su origen griego del vocablo nostos, que significa regreso, indica que esa es su esencia, es decir volver al pasado, a los recuerdos, a los tiempos idos.

Si la nostalgia no existiera muy probablemente tampoco existirían la historia, la literatura, la música, la poesía y otras cuantas disciplinas artísticas, porque el arte casi siempre se nutre del pasado, porque la historia lo reconstruye y puede servir para que aprendamos en el presente a no repetir los errores antiguos, algo que no siempre es posible, sobre todo en política.

En mis años juveniles llegué a diferenciarme de mis coetáneos tan interesados en el rock, en la música progresiva y en todo cuanto viniera de “Gringolandia” por mi interés en el folklore de mi país, por la historia del fútbol de los años 50 en los que supuestamente se vivió una época dorada con estadios llenos de gente, y estrellas deportivas que defendían con fervor desinteresado sus patrias chicas, los barrios de los que venían y en cuyos clubes militaban.

Ya un poco mayor, cuando pasé de los cuarenta, me tocaron alumnos que me interrogaban sobre el deporte de los años sesenta y setenta, que ya formaba parte de mi nostalgia, como el rock de esos tiempos, que ya me había empezado a gustar.

La nostalgia es un componente esencial del espíritu humano precisamente porque nada es más emotivo que aquello que la memoria atesora para descubrir, en un presente no siempre tan promisorio, que alguna vez hemos sido felices incluso sin darnos cuenta de que lo éramos.

Bastaba reunir los centavos necesarios para comprar un paquito nuevo con las aventuras de Tarzán, descubrir en la biblioteca un libro de Salgari o de Julio Verne que aún no habíamos leído, quedarse en casa un día de lluvia porque era imposible que hubiera clases y jugar con camioncitos de madera y en la tarde mirar la tele en blanco y negro mientras mamá preparaba un chocolate con leche y pastelitos rellenos de dulce…

El mundo camina hacia adelante, la ciencia nos demuestra constantemente que no todo tiempo pasado fue mejor, pero para los que peinamos canas, regresar a los ayeres felices puede ser un ejercicio saludable para el alma, antes de que el apocalipsis se materialice irremediable y definitivo.

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