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Alguien dijo una vez que desde que se inventaron las excusas nadie queda mal, lo cual puede significar que, aunque no demos el más mínimo crédito a la disculpa, tendemos a aceptarla porque alguna vez hemos usado ese mismo motivo para justificar una tardanza, una ausencia y hasta un incumplimiento.

Los que estamos formados en una vieja, y a veces desusada cultura de la puntualidad, vemos con asombro cómo una gran mayoría de las personas llega tarde a citas, reuniones, encuentros, y a veces no son tardanzas de cinco o diez minutos, sino de hasta media hora o más.

¿Cuál es la excusa más recurrida, más utilizada y que a pesar de todo nunca deja de esgrimirse? El tapón. Por culpa de este fenómeno típico del enloquecido tránsito capitalino todo el mundo considera que llegar tarde es casi un derecho adquirido, y el que nunca lo haya usado, que tire la primera piedra.

Los que corregimos textos, en cambio, tenemos pocas o ninguna posibilidad de presentar excusas cuando el error impreso aparece, así que lo único que podemos hacer es soportar el boche del jefe con la esperanza de que al día siguiente, como sucede siempre en este bendito país, ya será “noticia vieja”.

En mi colección de gazapos o “macos” impresos figuran ejemplos risibles como estos: “El incendio fue por la explosión de un culindro de gas”. La letra u está ahí, pegadita a la i, así que se entiende ¿verdad? “El cadáver esperó tres horas sobre el asfalto a que llegaran los médicos legistas”, pobre, ni se pudo sentar. Estos ejemplos, como ya dije antes, son inexcusables.

Tal vez debiéramos buscar excusas más creativas que el tapón, aunque tampco sean creíbles, como “llegué tarde porque se me incendió el auto, pero después recordé que se lo llevó mi mujer”. “Hubo un procedimiento antidrogas en mi edificio y no dejaban salir a nadie”. “Mi suegra se cayó en un hoyo y tuve que esperar para asegurarme de que tardaran lo más posible en sacarla”. “Mi vecino mordió a mi perro y tuve que llevarlos a ambos vacunarse”…

Probablemente esta columna habría quedado mejor si hubiese tenido más tiempo para pulirla, si el apagón no hubiera ocurrido justo cuando la estaba terminando, o si la computadora no se me hubiera “frizado” durante cuatro horas.

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