“Posiblemente en el momento en que el Creador pronunció el fiat lux que separó la claridad de las tinieblas, sentó las bases de la polémica acerca de si la sombra tiene color, o no”, afirma el catedrático Australio Pithecus.

La sombra tiene un lugar de privilegio en la literatura como refugio de los crímenes, del terror, de las apariciones fantasmales y de todo lo que tiene que ver con el miedo a la oscuridad. Los vampiros le temen a la luz del sol, en algunas películas de clase B hasta se desintegran a su simple contacto y prácticamente en ninguna historia de horror los malos espíritus se aparecen de día.

En su obra “Elogio de la sombra”, Borges habla de su progresiva ceguera, causa de la lenta desaparición de los seres y las cosas, cuyo envejecimiento él ya no puede ver: “Mis amigos no tienen cara, las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años”, dice, y otro poema suyo titulado El ciego finaliza con dos versos impecables pero terribles: “Ahora solo perduran las formas amarillas/ y solo puedo ver para ver pesadillas”…

Ese contraste de la luz como imagen de la vida y la sombra como representación del miedo, que en la novela de José Saramago titulada Ensayo sobre la ceguera se aparece en forma de resplandor blanquecino que priva a la gente de la visión, es una constante de la literatura. Ernesto Sábato en su obra Sobre héroes y tumbas incluye un Informe sobre ciegos, que parece más bien escrito por un paranoico, que atribuye a los ciegos un siniestro poder con el que gobiernan el mundo desde la oscuridad.

Mientras tanto, la pregunta sobre el color de la sombra, si es que lo tiene, continúa generando polémicas que rozan entre la física y la filosofía. La poeta mexicana Rosario Sansores publicó en 1933 un poema titulado “Sombras” que, musicalizado por el compositor ecuatoriano Carlos Brito fue convertido en éxito musical por Julio Jaramillo. Sucede que la sombra, en el mundo de la poesía, tiene también una relación estrecha con el desamor y la soledad.

“¿Se puede afirmar verdaderamente que la sombra tiene algún color?” –se pregunta el doctor Australio Pithecus- “Definitivamente no posee ninguno” –se responde el catedrático- “porque ella solo sirve para oscurecer todo lo que toca”.

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