Del murmullo por la noticia de la tragedia y el llanto inevitable, al silencio en honor a esas vidas apagadas. Cada día despertamos con la esperanza de que sea una pesadilla, pero no lo es. La realidad es la que se sigue plasmando en los medios de comunicación.
Con el desplome del techo de la discoteca el Jet Set, con sus luces, se apagaron los sueños de cientos de personas que entraron el lunes siete de abril a la discoteca para disfrutar de su artista favorito, celebrar un cumpleaños y pasar un momento social. Sin embargo, no imaginaron que la tragedia los sorprendería dejando en duelo a sus seres queridos y a la sociedad en general.
El reloj paró. Los días para los dominicanos y migrantes en el país se sienten grises y mucho más lentos. Hay una sensación en el aire que anuncia que vivimos un duelo… que estamos de luto. Ya no hay palabras para hablar de lo que pasó; para describir el dolor, porque es una tragedia que nos tocó a todos, nos rozó, nos atravesó, nos dejó una marca.
El silencio es notable. Las banderas a media asta, la música del barrio, que a veces resulta insoportable, se apagó; el vecino que vociferaba en las mañanas se calmó, todo te anuncia lo ocurrido. La mitad de la gente que va al gimnasio no fue, y los pocos que asistieron hicieron una oración por las víctimas mortales de la tragedia y las que aún se aferran a la vida. Después de ahí, el silencio sigue.
El metro también honró a las víctimas. La cara de quienes lo abordaban lo decía todo. Las cabezas cabizbajas y tristes se notaban en los vagones. Nadie se atrevía a mirar a los ojos por miedo a ver el reflejo del mismo dolor. Ese silencio no solo habla, grita. Grita por la forma y la rapidez con que pasó todo. Y no hay consuelo. No hay palabras que curen.
A todos nos duele abordar el tema; hay quienes ya no quieren entrar a las redes sociales, porque la sobreexposición a la información provocó, además de tristeza, estrés. Hablar de eso solo hace más presente el vacío, y el lamento colectivo aumenta.
Y aunque el tiempo pasará, las cicatrices quedarán para siempre, porque tragedias como éstas marcan el alma de una nación.