Te ponen una reunión a las 8:00 y automáticamente la asumes para una hora después porque nadie es puntual. En todo caso, el desorden del tránsito siempre será una buena justificación (creíble, por demás) para tu tardanza y si es por medios digitales, la falla en la interconexión es infalible.
Para ti, los plazos son puramente una referencia, la prórroga es una ventana abierta a la que se puede acudir y dejar todo para el último momento. Las excusas son un remedio eficaz para nunca quedar mal porque pretextos siempre habrá (o se inventan).
El proceso y el producto final pueden ser mejorados, pero en lugar de hacerlos perfectibles, es preferible dejarlos a medio talle, sobre todo, si nadie se dará cuenta. Si la responsabilidad es colectiva, no se identificará tu deficiente participación y no habrá problemas en el horizonte.
Las reglas se hicieron para otros y no para ser cumplidas, siempre habrá un bajadero o subterfugio legal que buscarle. El “¿usted sabe quién soy yo?” es más efectivo que el más razonable de los argumentos.
Los horarios existen para que los cumplan los demás, solo se aplican al pie de la letra cuando se trata de la hora de la salida de la jornada laboral. Ni un minuto más ni uno menos de lo previsto.
Aunque lo recomendable es buscarle al cliente la mercancía solicitada, siempre es más fácil mandarlo a que lo encuentre donde la competencia y así se puede “evitar la fatiga”, como el cartero aquel. Igual, a ti te seguirán pagando tu sueldo.
Hay que limitarse estrictamente a lo encomendado y a la actividad para la que se ha contratado, el resto es innecesario y no te están pagando por ello. Cualquier imprevisto, que lo ejecute quien corresponda o a cualquier otro al que le estén pasando un salario. Total, que lo resuelva el dueño que debería ser el único doliente porque ese negocio no es tuyo.
No es necesario revisar nada para ver si se ha deslizado algún error, ya otro de seguro lo hizo. Demasiada perfección puede mal acostumbrar al superior y que quiera exigir demasiado.
Si se te aplica una o varias de esas actuaciones, ¡enhorabuena!, eres un fiel representante de la cultura del “deja eso así” que muchas veces nos atribuyen a los ocupantes de esta media isla tropical, cuya ubicación entre relajadas palmeras nos ha servido de pretexto para hacer todo, precisamente, “a medias”.
Por actitudes como esas es que se entiende que el subdesarrollo lo llevamos más en la mente, que en el acceso a oportunidades; que el tercermundismo es una limitación de actitud, no de posibilidades.
No se trata, entonces, de exigir riquezas a quienes nos gobiernan, si no se sabe cómo aprovecharlas y que están a nuestro alcance, dentro de nosotros mismos. De poco servirán las grandes conquistas económicas, mientras nuestras ambiciones sean diminutas.
Aunque luzca una quimera, la búsqueda de hacerlo mejor es preferible (y posible), a continuar con esa alta dosis de conformismo, resignación y desgana que, como un lastre pesado de mediocridad, nos impide avanzar al próximo nivel para dar la milla extra que nos conducirá al éxito. Tenemos tremendo potencial para ser gigantes, pero, de persistir con esa mentalidad, no nos quejemos si nos siguen considerando enanos.