Al partido que fundara el Prof. Juan Bosch –diciembre de 1973 (PLD)- se le podrá enrostrar, a la luz de su 46 aniversario y paso por el poder, algunos que otros errores -como es normal por ser obra humana-; pero también, habrá que reconocerle más luces que sombras, pues, del feudo país que heredó, en 1996, con un PIB de un país subdesarrollado, prácticamente aislado del concierto de naciones y de los adelantos científicos-tecnológicos, hizo posible un salto histórico en materia de crecimiento económico, presencia internacional, cuasi erradicación del analfabetismo, avance innegable en seguridad social y énfasis en la agenda social histórica acumulada (uno de los cinco ejes programáticos, desde 2012). El que quiera decir lo contrario, que lo diga, pero no irá lejos sosteniendo lo innegable: ¡Que somos un país en pleno despegue hacia el desarrollo!
Sin embargo, no es de esa verdad de perogrullo que quiero escribir, sino sobre un aspecto sociopolítico y electoral que hay que subrayar: que un partido político mayoritario, post-1996, rompa con la hegemonía de repetir con un candidato-líder que ya lo fue -como el caso del PRM y emergentes- y eso marca un antes y un después, sin obviar que esa tradición, en cierta forma caudillista, retrotrajo la segunda ola de relevo político-generacional -pues la primera, fue más biológica, o del azar, que política- que es, también, lo que estará en juego de cara a mayo-20 –cerrar un ciclo histórico-político-electoral-.
Quizás se pensó, erróneamente, que, imposibilitando una reforma constitucional -para una posible repostulación del actual jefe de Estado-, sería una suerte de plebiscito partidario-nacional, sin sospechar que tal cerradera, de la forma y virulencia –oposicionista- con que se protagonizó, aceleró, también, el proceso de cambio y relevo en el liderazgo político-nacional; y el que se creía beneficiario se proyecta -¡ahora!- como ahistórico con altísima tasa de rechazo. En cambio, el Presidente -Danilo Medina-, aflora como un líder facilitador de cambio y relevo sin frustración ni amargura. ¡Dos antípodas!
Por ello, coincido con la socióloga Rosario Espinal, de la que he diferido tantas veces, en el sentido de que el 2020 será, en término de elecciones nacionales, una suerte de referéndum sobre la obra de gobierno del Presidente Danilo Medina y de que todo se perfila para definirse en primera vuelta, pues ya es casi patente una polarización PLD-PRM. ¡No de figuras!
Y en esa polarización, el candidato Gonzalo Castillo es una innegable realidad política-electoral que, en dos meses, venció lo que la obstinación quiso evitar (la irrupción de un tercero-relevo); y que va tras el mas insulso-candidato (y no hay, siquiera, que nombrarlo).