Todos podemos tener nuestro propio panteón de héroes americanos. En el mío personal, por razones que no vienen a cuento, Martí ocupa un lugar cimero.
En la memoria de los dominicanos Martí tiene un cálido lugar guardado. Visitó tres veces el país, los más importantes intelectuales dominicanos de la época le conocieron. Y, desde aquí, partió a Cuba con “la mano de valientes”, para la “obra necesaria”.
También aquí, en Montecristi, escribió el Manifiesto, firmado junto al generalísimo Máximo Gómez, que es el Acta de Independencia cubana.
En Cuba, obviamente, veneran a Martí, y no es para menos: Un hombre con muchas facetas y en todas grande, incluso sublime.
Imaginen que un cubano pueda conseguir un texto autografiado o dedicado por Martí, y que ese cubano sea, además, un gran escritor, un gran poeta. Y, como colofón, que sea el poeta nacional cubano.
Sí, me refiero a Nicolás Guillén, gran poeta, pero también un notable prosista.
Como poeta es recordado por su poesía de compromiso, de tipo político. Pero aún más por su poesía negroide.
“Songoro Cosongo” (1931), es un clásico dentro de la poesía negroide. Uno de sus poemas, “La canción del bongó”, dice: Esta es la canción del bongó/ aquí el que más fino sea,/ responde, si llamo yo./ Unos dicen: ahora mismo,/ otros dicen: Allá voy./ Pero mi repique bronco,/ pero mi profunda voz,/ convoca al negro y al blanco,/ que bailan el mismo son (…).
Personalmente recuerdo, por recitárselo a las Mellas cuando ellas eran niñas, hace ya muchos años, “Un son para niños antillanos”, cuyo primer verso, dice: “Por el mar de las Antillas/ anda un barco de papel:/ anda y anda el barco barco,/ sin timonel.”
Aunque, según Guillén, el mejor poema del género negroide es “Trópico Picapedrero”, de Manuel del Cabral. Lo dijo en una entrevista que concediera en el país, en los años 70, al periodista Álvaro Arvelo Hijo, cuando vino, junto a otros notables escritores, a celebrar un cumpleaños del Profesor Juan Bosch.
Nicolás, repito, era también un gran prosista. Desde el año 1929, hasta 1972, publicó muchas crónicas en revistas y periódicos cubanos y americanos. El los llamaba: ”Prosa de prisa” o “aprisadas prosas”.
En una de estas crónicas, del año 1948, titulada “Martí en Azul”, relata cómo llegó a sus manos un libro del Apóstol, dedicado a quien fuera su dueño, un argentino llamado Estanislao Zeballos.
El artículo refiere como al azar maneja nuestras vidas, sea como la “chepa dominicana” o como la “categoría histórica” de Marx, veamos: El poeta recibe un telefonema de un desconocido que le invita a dar unas conferencias en Argentina y acepta. Ya es Suramérica, el nuevo amigo le dice que quiere enseñarle un libro y se lo envía al hotel. Al ver el texto, con la dedicatoria de puño y letra de Martí, pensó pedirle el libro, o robarlo. La emoción lo embargaba. No lo podía creer. Al final no hizo ni una ni otra, el amigo argentino se lo regaló. “Grande es el regalo, y como tal lo recibí y conservo (…)”, escribió.
Esa misma sensación han sentido muchos amigos que, espero, me devuelvan los libros que me han robado: pues ni ellos son poetas, ni yo argentino.
¡He dicho!