Con mucha firmeza anuncié la entrada inminente de Gonzalo a nuestro país y los esperados efectos devastadores del fenómeno atmosférico en medio de una pandemia.
Preocupada por los pronósticos, me apresuré al supermercado a comprar alimentos enlatados y velones, ya que en nuestro país una tormenta es sinónimo de largos apagones debido a la fragilidad del circuito eléctrico. Por supuesto, también me detuve en la Ferretería a comprar una cinta pegante lo suficientemente fuerte para sostener los cristales de mis ventanas, ya que las ráfagas de viento esperadas tenían todo el potencial de romperlas.
Eludí mis compromisos y reuniones laborales, le pedí a mis familiares y allegados que no salieran de sus casas e insistí con el público de mis programas en tomar extremas precauciones por el “paso inminente de Gonzalo por la República Dominicana”.
La madrugada del pasado domingo no ocurrió nada, pero asumí que se trataba de un retraso de lo inevitable. Por ello, me preocupé mucho cuando mi abuela tuvo que salir a una diligencia y le pedí que retornara pronto, a pesar de la brillantez del sol y la escasez de nubes que indicasen venideros aguaceros.
Muchas personas me consultaban, no sólo por mi trabajo en los medios de comunicación sino por mi conocida obsesión con el “Weather Channel” y la página Web del Centro Nacional de Huracanes de Miami, y muchos amigos estaban aterrados ante mi afirmación de que no cabía la menor duda que Gonzalo, aunque fuese tarde, venía seguro y con impacto.
Dos de la tarde y aún nada, pero de repente escucho un sonido tipo tornado y exclamo: “Nuris, ahí viene la tormenta, escucha la brisa!”, a lo que ella entre risas respondió: “No es la brisa, es la greca porque está subiendo el café”.
Y así, me “allantó” Gonzalo. Por eso no fue tanta mi preocupación con la anunciada tormenta “Isaías”, y aunque hice las advertencias públicas de lugar, dudaba de su “paso inminente” por el mismo medio del territorio nacional.
Hoy, al experimentar las lluvias de Isaías, debo decir que de ambas experiencias he aprendido varias cosas importantes: primero, que los fenómenos atmosféricos se están haciendo cada vez más impredecibles; segundo, que este país, a pesar de todo, sigue siendo un consentido de Dios; y tercero, que debo descartar cualquier posibilidad futura de perseguir una carrera en meteorología.
Creo que perdí credibilidad entre mis conocidos con el tema de las tormentas, y sospecho que ahora me llamarán para escuchar mis predicciones y asumir que ocurrirá todo lo contrario.