Francisco no dejó flanco de la vida sin atender, y uno fue la comunicación, el periodismo, y lo hizo a partir de reconocer la poderosa revolución que se ha producido en los medios sociales y que sirve para promover la comunión y el diálogo de familia. Pero fue implacable, toda vez que pudo, con la propagación de la toxicidad, discursos de odio y noticias falsas. Sugería, en particular a los más jóvenes, “un sano sentido crítico, aprendiendo a distinguir la verdad de la mentira, el bien del mal”. Hoy el santo padre se ha ido, pero queda una prédica que obliga a la reflexión a los que tienen responsabilidad en los medios, a los comunicadores y a los preocupados por la autenticidad y la calidad de las relaciones humanas.

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