El más grave de los problemas del país en este momento es la inseguridad. La delincuencia no nos deja tranquilos, ni siquiera en los días finales de este año. Y nadie está fuera de peligro. Hay toda clase de amenazas.
El último caso preocupante fue el asalto del ministro haitiano Daniel Suplice, responsable de Asuntos de Haitianos en el exterior. Fue asaltado junto a su familia mientras se trasladaba por la carretera Duarte. Ese hecho ocurrió el pasado jueves, pero el día anterior, otro ciudadano haitiano fue asesinado en la autopista 6 de Noviembre.
Es ilimitado el alcance de la criminalidad. Las carreteras son inseguras. Y eso es válido para ciudadanos haitianos que viajan a República Dominicana y para los dominicanos.
La situación ya ha provocado quejas formales de las autoridades haitianas. La justa queja se convierte en una vergüenza nacional. Si supiésemos que los niveles de violencia en Haití en estos tiempos son menos alarmantes que en República Dominicana. Allá no existen unas fuerzas armadas y la policía no tiene la “fortaleza” de la dominicana.
El crimen no sólo se limita a las carreteras. Ocurre en cualquier circunstancia. Ni siquiera se respeta a las iglesias. Hace unas semanas veíamos lo que ocurre en Santiago y la región Norte. Las profanaciones y ultrajes a la dignidad de esa institución han rebasado todos los niveles.
Ni hablar de los crímenes contra bienes públicos. Se llevaron las bases de acero de un puente. Intentaron robarse la estructura de una torre eléctrica, para venderlas como acero. Se llevan los muebles, persianas, computadoras y útiles de las escuelas. El último caso es el de la escuela Francisco José Cabral López, en Los Guarícanos. En sólo un año los ladrones han cargado con bienes en varias ocasiones.
Esto no puede ser. Se requiere más dureza de las autoridades para enfrentar estos casos. Es penoso que en ocasiones agentes policiales sean parte de las bandas criminales. ¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo?