Hay una especie que nunca se extingue y de la que no hay veda; es la del envidioso, personaje injusto y desequilibrado que actúa en forma ciega e impulsiva. Inclusive, por más bulla que pueda hacer y protagonismo que busque, resulta insustancial, soso y fofo. Uno de sus muchos defectos esenciales es que no soporta el éxito ajeno y menoscaba al que descuella en alguna actividad. Incapaz de reconocer los méritos personales del que justamente se lo merece, anda a cuestas con un arsenal de mentiras, descréditos y de maledicencias. Para él se acuñó la expresión: “La envidia no mata, pero mortifica”. Otra de las mil caras del envidioso es que eternamente está presto para distinguir y adornar con lisonjas baratas a los de su misma calaña.