En el Día de la Virgen de la Altagracia cae bien reflexionar, pero no necesariamente para que nos ampare porque ella siempre estará presente, sino para que ilumine a las autoridades nacionales para que no desmayen en su esfuerzo de mantener el país a flote, en especial su economía. Este pueblo, salvo cuando lo cuquean, permanece tranquilo, encomendado a la virgen, pues por desesperado que sea el momento mantiene la fe en la protectora, la de las gracia más altas, a la que no nos desamparará. Da pena, eso sí, que poco a poco hayan perdido fuerza algunas tradiciones de la fecha, aunque reconforta que los creyentes no dejan de caminar hacia Higüey para venerarla. Lo que conmemoramos hoy no es una fecha cualquiera, por lo que no puede pasar inadvertida.