La Cumbre de Las América se inició y terminó mal. Desde su convocatoria se suscitó el problema de cuáles países serían invitados y resultaba evidente la inclinación del anfitrión de excluir a Cuba, Nicaragua y Venezuela, lo que finalmente sucedió, provocando así la reacción negativa del presidente de México, quien consideró que por tratarse de un encuentro de los países del Continente no era admisible discriminar por razones de formas de gobierno, decisión imitada posteriormente por Bolivia y Honduras, y seguida por Guatemala y El Salvador, aunque estos últimos por motivos diferentes.
Los propósitos de la Cumbre se centraron fundamentalmente en el problema de la migración y la finalidad perseguida con el examen del tema, según lo expresado por la nación convocante, es la de asegurar un flujo de migrantes legalmente regularizado, ordenado, con el debido respeto a los derechos humanos y con adecuada protección y trato humano en la comunidad receptora.
En concordancia con tales aspiraciones la Cumbre finalizó con una declaración en la cual los países firmantes se comprometen abordar las causas fundamentales de la migración irregular con el fin de mejorar las condiciones y oportunidades de los migrantes, asegurar el respeto y la garantía de sus derechos fundamentales, el acceso a los servicios públicos y la adecuada protección, sin discriminación ni condiciones de apatridia.
La lectura de esta declaración con un contenido cargado de buenas intenciones es un incentivo para que los países de América Latina, casi todos afectados por el tema migratorio se sientan alentados a firmarla y a participar en un programa de cooperación norteamericano que conforme ha sido anunciado procurará fondos e inversiones para afrontar los gastos que conlleva la recepción de los migrantes.
Pero sin lugar a duda, el objetivo perseguido, aun cuando no se diga, apunta directamente a la salvaguarda de los intereses norteamericanos, hoy en día seriamente afectados por las olas migratorias que día tras día se presentan ante sus fronteras. Su oficina de Aduanas y Protección Fronteriza registró a más de 1.7 millones de indocumentados arribados a la frontera con México en el año fiscal de 2021, lo que representó un incremento del 89% en el número de migrantes recibido o canalizado por su autoridad migratoria en ese año.
Estados Unidos no puede continuar soportando las caravanas de miles de migrantes que recorren todo Centroamérica, cruzan México y tratan de penetrar a su territorio por su frontera sur. El presidente Trump, en un alarde de pura retórica, trató de detener este tráfico desordenado de migrantes con un muro que sería inexpugnable y cuyo costo de construcción recaería sobre México. Ni pudo lograr que este pagara ni pudo detener a los “invasores”.
Joe Biden, demócrata, más apegado a las normas de buena vecindad ha comprendido que se trata de un fenómeno esencialmente económico y ha prometido a México y a los países integrantes del Triángulo Norte de Centroamérica cooperación económica y la generación de empleos por la vía de inversiones privadas, todo a cambio de puestos de trabajo para nacionales y migrantes en tránsito con tal de disuadirlos a que abandonen el país de origen o continúen su marcha hacia la “tierra prometida”.
La Cumbre de las Américas ha sido diseñada en el interés de Norteamérica de debilitar el incesante movimiento de miles de indocumentados que marchan hacia su frontera y en ese interés reclama la cooperación de sus vecinos del sur y les pide retener a sus nacionales y recibir y regularizar a los inmigrantes en tránsito. Fue una Cumbre para Norteamérica, en su exclusivo beneficio, mientras el resto de países al sur del Río Bravo deberá cumplir obligaciones, a cambio de una promesa de cooperación económica, que no fue especificada ni cuantificada.
¿Y que sucederá para aquellos países que por su densidad poblacional ya les resulta extremadamente gravoso recibir y regularizar la inmigración? Para esta interrogante no hubo respuesta, y no la hubo porque para Norteamérica y su Cumbre la preocupación era y sigue siendo evitar que continúe llegando a su territorio oleadas de inmigrantes sin papeles.
No obstante, una nota de aliento iluminó la Cumbre. En su discurso ante los empresarios invitados Joe Biden advirtió que había llegado el momento de enterrar el neoliberalismo ya que sus recetas generan mayor inequidad, menor crecimiento, competencia e innovación, y los exhortó a combatir las desigualdades, a adoptar políticas de fomento de trabajos con mejores salarios, de respeto a los sindicatos y a los derechos de los trabajadores para que de este modo sus familias puedan tener mayor bienestar.
Es obvio que la crisis mundial provocada por la pandemia y agravada por la guerra de Ucrania reivindican el papel del Estado, vilipendiado a partir de los años noventa cuando se instaló como modelo el capitalismo salvaje que agravó la desigualdad y la inequidad, especialmente en colectividades pobres y en naciones en vías de desarrollo. Por eso son alentadoras las palabras del presidente norteamericano.