Después de tantos años de vivir según las expectativas de otros, finalmente he encontrado la valentía para contar mi historia en mis propios términos. Y créanme, no ha sido un camino fácil.

Durante mucho tiempo me dejé llevar por lo que creía que debía hacer, por las opiniones de los demás, por los moldes en los que me colocaban. Pero, en algún momento desperté; me di cuenta de que la única historia que realmente importa es la que yo elijo contar.

La vida me ha enseñado que, aunque el mundo está lleno de ruidos y opiniones ajenas, la verdadera libertad radica en que podamos tomar nuestras propias decisiones, sin pedir permiso.

Ojo; no se trata solo de las grandes elecciones, como dejar un trabajo estable o emprender un proyecto personal, sino de las pequeñas cosas que definen nuestra cotidianidad.

La forma en que decidimos vivir, los momentos que elegimos atesorar, las veces que decimos “no” a lo que no nos llena. Esa es la esencia de contar nuestra historia.

He pasado por etapas en las que me sentí atada a un guion que no escribí. Me acomodé en una vida que, si bien tenía todas las características del éxito externo, me dejó vacía internamente. Con el tiempo, me atreví a romper con esas cadenas.

Hoy, a los 52 años, después de criar a mis hijas, de haber renunciado a la organización internacional en la que trabajaba y de lanzarme a un proyecto personal: soy libre.

Libre de contar mi vida desde una perspectiva que me honra y me representa

Contar mi historia no solo es un acto de valentía, es también un acto de amor propio. Porque no se trata de agradar a los demás o cumplir con las expectativas de nadie más que las mías. Se trata de ser fiel a mí misma, a mis deseos, a mis sueños y, sí, a mis errores. Soy dueña de mis éxitos y también de mis fracasos, porque ambos son parte de la narración que he decidido crear.

Cada capítulo de mi vida lo escribo con plena conciencia de lo que soy y de lo que quiero ser. Mi historia está en constante evolución, y eso es lo maravilloso. Tengo el poder de cambiar, de crecer, de reinventarme. Y, sobre todo, tengo la libertad de contarla como yo quiera.

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