Hace unos días una amiga me decía que una amiga suya no podía criar bien a su hija. Le dije que ella no quería hacerlo. De inmediato, me refutó.
Las personas usamos el verbo poder en más ocasiones de lo realmente permitido, por decirlo de alguna manera. Cuando no puedo es porque tengo una restricción que no puedo salvar. Si de alguna manera la puedo solucionar, está a mi alcance y me niego a utilizar la solución, he decidido no hacerlo, por lo que mi elección se debe definir con el verbo querer, no con el poder.
A ver: Si su amiga escucha que debe ir al profesional del comportamiento humano para saber cómo actuar en su vida y refuta que es la niña la que tiene el problema, no ella; se le explica que el cerebro de la niña vino en blanco y ella ha sido la programadora principal. A lo que se opone. Entonces, ha decidido no ser parte de la solución del problema.
Ya sé, es más fácil quejarse que involucrarse… pero eso no lleva a ninguna parte. Mucho menos adonde deseamos llegar.
Cuando buscamos soluciones, estamos queriendo; cuando nos sentamos a encontrar culpables, no estamos queriendo poder.
Veo este comportamiento en muchos ámbitos, ya sea en el trabajo, en las relaciones, en las emociones, en en el dinero, el cuerpo y más. Trabajo con tanta gente en programas individuales, y la gran diferencia entre el que avanza rápidamente y el que no, es que el primero es el que llega buscando solución, el segundo es al que envían a buscarla.
Si la empresa envía a un colaborador a coaching de productividad, este se opone; es que no tiene tiempo para buscar una solución a algo que piensa que no la tiene. ¿Ves? No quiere buscarla.
Otro colaborador le pide a la empresa una solución porque vio un curso mío y quiere identificar sus escapes y ser más productivo. Ese quiere, por eso, al final, puede.
¿Quieres identificar ahora en tu vida un “no puedo” y convertirlo en un “no quiero” para, de inmediato, comenzar a poder?