¿Qué nos pasó a los dominicanos con la corrupción? ¿Qué disparó el no tener respeto por ir a funciones públicas, hacerse de una incalculable suma de dinero? ¿Dónde estuvo la justicia y la sociedad? ¿Dónde estuvo la sociedad civil, los empresarios serios que son muchos? ¿Por qué nuestras iglesias, las asociaciones empresariales, gremios permanecieron indiferentes? ¿Necesitamos que un grupo de jóvenes y una marcha verde nos abrieran los ojos? ¿Teníamos como sociedad una propensión marginal a ser corruptos? ¿Hacía falta que tres mosqueteros asumieran la procuraduría para enfrentar un cáncer que hacía metástasis en todos los estratos de la sociedad? Parece que sí.
Recordamos frases como: “La corrupción se detiene en la puerta de mi despacho”; “el rumor público sería suficiente para destituir un funcionario”, pero lo cierto es que todos dimos la espalda a lo que sucedía.
Era tan notorio el crecimiento económico exponencial de muchos funcionarios y empresarios asociados a estos que, era muy difícil para los dominicanos no darnos cuenta de cómo se ramificaba el cáncer. Me he preguntado una y mil veces, ¿cuál es la necesidad de amasar una suma de dinero tan oprobiosa, que no se gastará en varias generaciones y no hacerlo fruto del trabajo honrado?
No era posible que pasáramos por alto la corrupción, veíamos cómo se llegada un día a una posición pública y de repente el cambio de vida era notorio, no existía el más mínimo sonrojo en demostrar las riquezas. Colegios caros, se pasaba más tiempo en restaurantes que en las oficinas, vehículos de alto costo, viviendas que muchos que hemos trabajado todo una vida no podemos comprar ( ni queremos tampoco), yates, helicópteros, aviones, demostraciones en las redes de una abundancia meteórica, sin temor a ser auscultados y muchas veces todo esto acompañado con una vida personal licenciosa.
Ahora vemos con estupor la operación calamar. El calamar es un molusco semejante al pulpo, con ocho brazos, con una piel cubierta de cromatóforos que les permite cambiar de color y adaptarse al entorno, en general no son peligros, pero hay unas especies muy agresivas.
Lo primero, es que no debemos olvidar la presunción de inocencia y no fusilar moralmente a los señalados en este expediente, que por el monto de la suma, es difícil de contar.
Nuestro país por años venía siendo catalogado como un país con una tasa de corrupción muy alta, recuerdo una reunión con un importante inversionista que nos visitaba y me decía que su temor era que de instalarse en el país su negocio se viera afectado porque las regulaciones de sus empresas le impedían dar dinero para poder obtener una obra.
Fue más lejos, nos calificó como paraíso fiscal por la indiferencia que mostraba el Estado frente a la corrupción y evasión de impuestos.
Hoy, si me reuniera con ese inversionista, le diría que existen ahora en los tribunales varios casos de perfiles de corrupción que antes no veíamos, hoy se exige publicar compras en las páginas de las diferentes instituciones públicas, se transparentan los contratos, los pagos y existe un verdadero temor a equivocarse porque se puede terminar preso.
Pero volviendo al calamar, todo esto inicia por la ambición de no perder el poder. Recordemos que nunca habíamos sido testigo de una campaña electoral tan costosa como la del 2020. Unas primarias que costaron en propaganda y movilización igual que unas elecciones generales.
Afiches por doquier, vehículos, actividades costosas, la exhibición de bellas mujeres y un derroche de dinero para que los activistas se movilizaran. Bien ha dicho el presidente Medina, que los peledeístas dejaron de participar por compromiso, sólo lo hacían con dinero. No creo que fuera sólo en el PLD, nuestro sistema de campaña se ha convertido en un carnaval de papeletas.
¿Es político el caso calamar? Tenemos la tendencia de calificar los procesos judiciales como políticos. En este y otros casos, se ha dado la particularidad de que acusados confiesan a cambio de reducción de penas y devuelven sumas de dineros importantes.
Es necesario que se sepa que existen políticas de consecuencia, era muy raro en nuestro país cancelar funcionarios por denuncias de corrupción. Lo peor que les podía pasar, que los rotaban de un sitio a otro. Hemos visto funcionarios separados de sus cargos, sin importar el rango que ostenten.
Se le haría un gran favor a la sociedad pedir que los procesos judiciales en curso se aplique la ley, no nos convienen las protestas o trucos judiciales para llevar los juicios al infinito, procurando que los mismos terminen por cansancio o por encontrar un juez complaciente.
El consumismo desenfrenado ha llevado a muchos a olvidar principios. Detener la corrupción es una necesidad, son recursos que se van en los bolsillos de políticos y empresarios ricos y pobres, pero que dejan de ser utilizados para necesidades prioritarias de la nación. Eso frustra a una parte importante de nuestros ciudadanos que no logra salir de la pobreza, mientras otros exhiben el fruto de lo mal habido.
Muchos de los implicados han cantado más que el famoso coro de los Niños de Viena, creo que es un error querer hacer manifestaciones en contra de los procesos, eso sí es una verdadera politización.
Dejemos que la justicia actúe, que los implicados presenten sus medios de defensa y se aclare como se jugó con sumas multimillonarias, difíciles de contar.