La libertad de expresión es fundamental en toda democracia y el rol de una prensa responsable que pueda libremente expresar sus opiniones sin temor a represalias políticas habla de su nivel de calidad de esta, porque decir verdades incómodas a líderes es siempre una tarea ingrata, que los egos humanos generalmente rechazan.
Y no se trata solo de la arena política, pues muchos ciudadanos desde sus ámbitos empresariales, académicos, profesionales, gremiales, sociales, etc. son muy dados a criticar las ejecutorias de gobernantes y su tendencia a aferrarse al poder, pero son poco proclives a recibir cuestionamientos y fomentan directa o indirectamente que la conducta en sus espacios de liderazgo sea acatar sus posiciones, y peor aun, que se corten las alas de aquellos que sí se atreven a emitir sus opiniones.
En nuestro país es común escuchar declaraciones de directores de medios y periodistas que defienden con ahínco la libertad de prensa y rechazan de plano cualquier asunto que entiendan representa un asomo de coartarla, sin embargo, muy excepcionalmente se enfatiza en la verdad y responsabilidad, y eso de alguna manera ha creado una distorsión, pues algunos se escudan en este derecho no para expresar libre y responsablemente lo que piensan, sino para poner al servicio de intereses, muchas veces a cambio de pagos u otros motivos su voz y su pluma, sin apego a la verdad, con intención aviesa de confundir con mentiras.
Aunque no debería ser ninguna proeza decir la verdad, hay que admitir que en nuestra sociedad y muchas otras hacerlo respecto a determinadas personas se convierte en un acto de valentía. La expresión quizás más simple y serena, la de atreverse a decir que no, se convierte en un ejercicio de heroísmo cuando se trata de disentir u oponerse a determinada intención de un líder o jefe de realizar alguna acción carente de sentido o lesiva o riesgosa para el país o la institución que preside, o aferrarse al poder más allá de lo legal, o de lo razonable.
Saber ponerle fin a una carrera es tan importante como haber demostrado el empeño por hacerla bien, y es lamentable que en ocasiones una luminosa trayectoria pueda verse opacada por la tozudez en aceptar que si bien no se está obligado a ponerle un término, determinadas circunstancias pueden estar por encima de ese legítimo derecho. Quizás la admirable Ruth Bader Ginsburg subestimó el perjuicio que provocaría por no finalizar voluntariamente su mandato como juez de la Suprema Corte de EE.UU. cuando ya estaba en avanzada edad y deteriorada condición de salud, así causó que fuera el presidente Trump quien la reemplazara luego de su fallecimiento, lo que cambió la configuración de este tribunal y su línea de pensamiento, que marca un preocupante retroceso en muchas de sus decisiones emblemáticas.
Y esto es precisamente lo que con mucho coraje el consejo editorial del New York Times le ha expresado nada más y nada menos que al presidente de los Estados Unidos Joe Biden, que debe poner fin a su candidatura porque reprobó la prueba del debate que el mismo anticipó para acallar los rumores sobre sus capacidades. Sin dejar de reconocer su obra responsablemente le han dicho una verdad incómoda que muchos susurran desde hace tiempo, que el mayor servicio que puede brindar a su país es realizar ese anuncio, lo que unos cuantos dentro de su partido se han atrevido a expresar, a pesar de que otros no desean o no pueden hacerlo, porque están tan aferrados como él a sus asientos en el Congreso a pesar de su avanzada edad. Como del lado republicanoshay una incapacidad para reconocer y enfrentar las mentiras de su candidato Trump, la suerte de EE.UU. depende de que el partido demócrata sea capaz de expresarle la verdad al presidente Biden, y que este tenga la capacidad de aceptarla.