Aunque, en principio, existen temas espinosos que provocan enfrentamientos y posturas radicales, hay muchos en los que todos están de acuerdo. Por ejemplo, de manera unánime y sin que siquiera se llame a consulta, se coincide en la aversión que tenemos todos a que se nos apliquen muchos impuestos, la renuencia a pagar energía cara o a tener que enfrentar los altos costos de los combustibles o de los productos de primera necesidad. Es una verdad innegable que nadie disfruta pagar de más y por encima de lo justo y razonable para que fuera equitativo (es más, en un mundo ideal se preferiría no hacerlo).
Lo gratis, barato o en oferta a todos nos gusta. El trato preferencial y distinguido se disfruta, aun se quiera disfrazar bajo falsa modestia. Por más que se pretenda justificar los motivos-internos o externos- de la inflación, si bien pudieran comprenderse, nadie quiere sufrir sus embates; ese dinero que se gasta así, ni se ve ni se goza.
Se coincide en no apoyar la delincuencia en las calles, la trata de personas y la violencia en los hogares; sin duda, son actos deleznables que no hay a quien no les repugnen. Tampoco existe ciudadano al que no le molesten las cargas a veces exageradas de las entidades bancarias, el manejo temerario en las calles, el abuso infantil o el acoso de los vendedores en horas impropias.
No hay equívoco en que todos estamos conscientes de la pertinencia de la lucha contra la corrupción; el repudio a las nóminas abultadas y a la contratación de adláteres cuyo único mérito es la cercanía al incumbente. Es innegable que es nuestro dinero el que se está dilapidando. Las atenciones médicas ineficientes a todo el mundo molestan. Los abusos en el trato para un servicio son insoportables para todos.
Sin embargo, si se es uno de los beneficiados y se viere afectado con las medidas para erradicar esas prácticas dolorosamente arraigadas, ya no se está tan seguro de apoyarlas; no es lo mismo llamar al demonio, que verlo llegar a tocar nuestra puerta. El consenso se consigue, claro, siempre que no se afecte los intereses propios porque, como decía Alberto Cortés, seguimos siendo “los demás de los demás”.