El Estado no podría sobrevivir simplemente obligándonos a pagar impuestos. Algo debe dar a cambio, y así lo hace. Esto lo reconocen hasta los más anarquistas.

Muchos entienden que gracias al Estado, se nos garantiza un ambiente de orden y legalidad. Según ellos, sin su existencia, viviríamos como unos salvajes, matándonos y robándonos los unos a los otros. No podrían funcionar ni las industrias, ni los comercios, ni las fincas agrícolas, porque cualquiera los saquearía…

Y si un enemigo nos invade, para eso está también el Estado. Para protegernos con sus fuerzas armadas.
Hobbes lo describe muy bien: sin Estado, se viviría en un miedo continuo a una muerte violenta. El ser humano no tendría más remedio que aislarse y estaría condenado a la pobreza.

Otros conciben el Estado como un proveedor de ciertos bienes y servicios, cuya naturaleza desincentiva que los provean los ciudadanos comunes. Y ponen el ejemplo del faro, que una vez instalado alumbra tanto al barco que paga, como al que no paga. Lo mismo es aplicable al uso de carreteras, postes de luz en las calles, señalizaciones de tránsito…

Y están los que le han agregado más roles, al adjudicarle el papel de “padre benefactor” para toda su gente. Entonces se espera que dé educación y salud gratuitas, pensiones justas, viviendas baratas, regalitos, bonos, subvenciones…

Aunque todo esto parece obvio… en realidad no lo es tanto.

Muchos países no tienen ejército, por ejemplo. Y sin embargo, viven en paz.

Y la primera vez que los faros comenzaron a funcionar, estaban en manos privadas, y los barcos pagaban una tarifa cuando llegaban al puerto. Así también hay innumerables carreteras construidas y gestionadas por el sector privado, y funcionan muy bien.

Tampoco hay evidencia de que, dejadas libres, no pudiese instalarse entre las personas un acuerdo implícito de convivencia pacífica y solidaria, como lo demuestran comunidades totalmente aisladas de la influencia del gobierno.

Y si nos vamos al rol del Estado como benefactor, nos basta constatar la realidad de los hechos para darnos cuenta de que lo que proporciona jamás compensa los costos de su intervención. Lo gratis no existe. Para dar a unos tiene que quitar a otros, desmotivándolos a producir. Y está más que demostrado que los servicios públicos no son ni sombra de lo eficiente que cuando esos mismos servicios los da el sector privado. Solo hay que observar dónde estudian o dónde se atienden cuando están enfermos, los hijos de los funcionarios de todos los gobiernos.

Lo cierto es entonces, que todas estas razones que justifican la existencia del Estado (salvo quizá la de garantizar la seguridad jurídica), son muy “cuestionables”. Aún así han amparado su aparatoso crecimiento (en RD y en la mayoría de los países del mundo occidental), trayendo consigo un peso descomunal de cargas, impuestos y regulaciones sobre los hombros de sus ciudadanos.

Debe llegar el momento de darles la vuelta.

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