El que tiene una empresa ama las ganancias y detesta las pérdidas. Las ganancias son la dulce recompensa al esfuerzo, a la acertada visión y al riesgo asumido por emprendedores valientes e inteligentes. Las pérdidas son el castigo para el que no acertó en lo que decidió, para el que no supervisó bien lo que sucedía en su empresa y en su entorno competidor.

Esto es así a manera individual.

A manera general, para la economía en su conjunto, esto es distinto. Tanto pérdidas como ganancias, son deseables para su buen funcionamiento, ya que informan y muestran el camino para la eficiente utilización de recursos.

Una empresa que gana se siente estimulada a crecer, a invertir en nuevas tecnologías, a contratar personal y a capacitarlo. Esto no solo beneficia al empresario, sino a empleados y consumidores.

Una empresa que pierde, hace lo contrario. Deja de crecer, despide empleados y eventualmente cierra, liberando la energía que en ella se dedicó a otros usos más fructíferos.

La pérdida dice: ya deja de perder el tiempo en esto y no se lo hagas perder a tus empleados. Todos aprenden una lección y se abre ante ellos la oportunidad de reinventarse y mejorar.

Y el permanente miedo a perder que tienen las empresas hace que se la pasen buscando alternativas de producción menos costosas, y esto al final se traduce en productos más asequibles para los ciudadanos.
Pérdidas y ganancias conducen a todo un sistema (obviamente libre) hacia la eficiencia y la prosperidad.

Los socialistas no lo entienden así y consideran que las ganancias se asocian a un deplorable “afán de lucro”, a cobrar demasiado por lo que se vende y a ser codicioso.

Al tratar de eliminar las ganancias de su sistema (“moralmente superior” según ellos), meten la mano en los bolsillos de quienes las obtienen y terminan matando el incentivo de la gente a arriesgarse y emprender (porque nadie va a hacerlo para darle su dinero a otro). Como consecuencia cosechan pobreza y atraso con respecto a los sistemas capitalistas.

Ese detestado afán de lucro que eliminan no es más que el motor que incentiva a que se suplan productos para los ciudadanos. Al trasladar su absurdo idealismo a la dura realidad, no logran más que desabastecer hasta de lo más básico a su gente.

La ausencia de ganancias para las empresas se traduce en pobreza y carencias para el resto.

Toda política gubernamental que dificulte (con impuestos, y otros tipos de cargas y trabas) la posibilidad de “lucrarse” al emprendedor, está atentando no solo contra este, sino contra sus empleados y contra los ciudadanos consumidores (que somos todos). No es a un malvado dueño de empresa que se castiga…es a todo un sistema.

Bueno sería tenerlo en cuenta, ahora que se nos amenaza con otra reforma fiscal, donde siempre se trata de drenar el bolsillo de los que emprenden y se esfuerzan, jamás de reducir el Estado y lo que gasta, con sus innumerables botellas e instituciones inservibles. Y con su enorme capacidad de desperdicio y corrupción.

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