Creo, de entrada, que toda estadística que publica un organismo internacional, en cualquier materia, viene sesgada por dos condicionantes universales: es aproximativa y, de algún modo, también es política, pues, en última instancia, su fuente primaria es el país-régimen que las facilita y; segundo, es un ejercicio de un organismo que recibe subvenciones de gobiernos, o, como el FMI, BM, BID, entre otros, que facilitan empréstitos o “donaciones” a países. Por tales razones, y resulta obvio, hay una suerte de equilibrio o línea tácita hacia una aproximación o proyección condicionada en función de ciertos intereses de esa gendarmería financiera internacional (en mayoría, harta de urgentes reformas internas por razones históricas y de otras índoles contemporáneas).

Las de los países ya sabemos que, en mayoría, son maquilladas, no importa el régimen; aunque en los países seudos de izquierda o autócrata el sesgo es mayor por el control estatal o cuasi monopolio de los medios de comunicación y las redes sociales (ejemplos: China, Rusia, Cuba, Nicaragua y Venezuela).

Por todo lo anterior, toda estadística cae bajo el prisma de la sospecha o duda razonable -si se quiere ser hermenéutico-epistemológico, aunque partamos de esas premisas-; y por ello, siempre estaríamos hablando de aproximaciones o proyecciones nunca concluyentes o de certeza absoluta.

Traigo el tema a cuento, porque me asombra cómo muchos economistas, intelectuales y librepensadores les dan certeza analítica o de creencia ciega no crítica a esas estadísticas obviando que también están, quiérase que no, sesgadas o cimentadas por cifras oficiales de los gobiernos o regímenes de que se trate. Y encima, a partir de empréstitos o de intereses geopolíticos o comerciales disfrazados de cualquier relato-concepto: índice de crecimiento humano, derechos humanos o derecho internacional (en fin, las nuevas ideologías o colonialismos).

En la misma línea, para nadie es un secreto cómo nuestro país ha sido víctima de campañas feroces por organizaciones internacionales -ONG “privadas” o apéndices de ONU-OEA-; o personajes -escritores e intelectuales- que nos acusan de xenófobos, racistas o “apartheid del Caribe” obviando otras realidades culturales-geográficas poblada de invisibilidad o discriminación social, étnica y cultural en la que viven millones de ciudadanos de algunos países (incluso, en el Perú de Mario Vargas Llosa, u otros de Sudamérica, Centroamérica, África o Asia). Y aunque aquí no hablamos propiamente de estadísticas, sino de una misma gendarmería internacional o relato condicionado.

Entonces, queda, a mi modo de pensar, claro que no hay estadísticas totalmente confiables, sino siempre aproximativas y bajo sospecha de maquillaje o condicionantes por los factores endógenos y exógenos antes expuestos. ¡Dejémonos de cuentos chinos!

Y por último, sería saludable o razonable que miremos con lupa lo que presume certeza. En fin, dudemos siempre aunque, como ya dijimos, partamos de esas premisas.

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