El próximo domingo Chile escogerá su presidente entre Gabriel Boric y José Antonio Kast, quienes el pasado 21 de noviembre resultaron favorecidos con el 25.8 % y el 27.9 %, respectivamente, de los votos válidos emitidos en la primera vuelta del certamen electoral.
Boric, con apenas 35 años, antiguo presidente de la Federación de Estudiantes de Chile, y diputado desde 2013, se presenta como candidato del Frente Amplio, un conjunto de agrupaciones de izquierda, aliado al Partido Comunista y en su programa aboga por reformas sobre derechos sociales y el gasto fiscal, la gratuidad de la enseñanza y los servicios de salud y la defensa de los derechos de las minorías.
En cambio, Kast, abogado de 55 años, es el candidato del Partido Republicano, y se declara como un hombre que intenta restablecer el orden que se ha perdido con las revueltas populares que sucedieron en Chile en el año de 2019, que reclama un Estado mínimo, que condena al gobierno de Salvador Allende y que confiesa sin tapujos su simpatía por el de Pinochet, en el cual fungió como ministro uno de sus hermanos.
La crispación que vive Chile en estos momentos es evidente. Se enfrentan dos modelos antagónicos: la izquierda radical liderada por Boric, a quien sus oponentes acusan de ser aliado de Castro, Maduro y Ortega, y una derecha extrema y ultraconservadora que confiesa sin tapujos su simpatía por Bolsonaro, Trump y los partidos fascistas europeos, como Vox en España-
¿Cómo explicar que las corrientes de centro izquierda y centro derecha hayan colapsado en la primera vuelta de las elecciones? El fracaso ha sido de tal naturaleza que la candidata de la Concertación, que agrupa a los partidos de centro izquierda quedó en quinto lugar en la primera vuelta del proceso electoral.
Frente a este penoso resultado es necesario cuestionarse si los gobiernos de Patricio Aylwin, Eduardo Frei, Ricardo Lagos y Michel Bachelet nada hicieron para merecer este varapalo.
Todos esos gobiernos se afanaron por fortalecer la democracia, superar los vestigios dejados por la tiranía, desarrollar un vasto programa de reformas sociales y mantener el crecimiento económico de Chile, pero, lamentablemente, se vieron imposibilitados de alcanzar una sociedad más igualitaria e inclusiva. Los amarres legales dejados por la dictadura imposibilitaron a los primeros de esos gobiernos ir más allá de lo que la realidad le imponía, y cuando pudieron deshacerse de ellos tuvieron que enfrentar fuerzas económicas que se resistían a cambios más profundos.
Chile se había presentado al mundo como el ejemplo exitoso del neoliberalismo, de los programas difundidos por la escuela económica de los “Chicago Boys”, del crecimiento económico sostenible y del país latinoamericano que había encontrado la ruta para salir del subdesarrollo. Pero de lo que no hablaban los defensores del sistema era de las profundas desigualdades que aquejaban a su sociedad, que comenzaría a hacer agua con el paso del tiempo y se manifestaría con las masivas protestas estudiantiles de 2011, los actos violentos que ocurrieron en su capital en 2019 y las enérgicas protestas de los trabajadores jubilados que reclamaban el fin de los privilegios de las administradoras de fondos de pensiones.
Las generaciones que vivieron y sufrieron bajo la espantosa tiranía de Pinochet valoraban los logros democráticos alcanzados con los gobiernos que se sucedieron después de la dictadura, pero los jóvenes que no la padecieron, que nacieron o crecieron en el ámbito de la democracia, que disfrutaban de las libertades públicas, esperaron mejores condiciones de vida, satisfacción para sus derechos sociales y económicos, y terminaron por desencantarse de los partidos de centro izquierda.
Pero ¿cómo explicar el auge de la extrema derecha? Pues se comprende como parte de un fenómeno mundial, que en Chile, como en Francia o España, insubordina a los trabajadores que pierden sus empleos por causa de la deslocalización de sus empresas; a los sectores conservadores que se sienten traicionados en sus valores tradicionales por los nuevos paradigmas de una sociedad laica y global; a los jóvenes que reclaman mejores oportunidades y seguridad en su futuro.
No obstante, es menester aclarar que en la primera vuelta de las elecciones chilenas un 46 % no votó por los que hoy compiten en el balotaje, lo que ha obligado a los candidatos a moderar sus planteamientos, y es así, como Boric ha rebajado su propuesta de aumentar la carga tributaria en ocho puntos del PIB y Kast la de disminuirla en siete puntos. El primero ha tenido que reformular sus declaraciones originales relativas a la seguridad pública y al control de la inmigración regular, y el segundo debió eliminar sus promesas de campaña de derogar la ley que autoriza el aborto en tres causales, vigente desde 2017. En cualquier caso, Chile será un referente que habrá de seguirse en los años próximos, pues de seguro, sean cual fueren sus resultados repercutirá en América Latina.