Hay dos aspectos a subrayar en unas elecciones: a) los candidatos; y b) las propuestas programáticas. Ello así, porque hay que escuchar y diferenciar las diferentes propuestas programáticas de los aspirantes a ocupar los poderes públicos; aunque en nuestro país, y es uno de los aspectos más acentuado de nuestra exigua cultura democrática (que se agrava –vía las redes sociales- con campaña sucia y el fusilamiento sumario de reputaciones publicas), no se le presta la debida atención a lo que los candidatos ofertan en campaña y terminamos, muchas veces, votando por discursos o figuras, y no por propuestas, ideas o realizaciones concretas -si se trata de candidatos a repostulación o reelección-.
Por supuesto, no quiero borrar ni hacer tabla rasa del papel que juegan las individualidades o figuras; y, en ese contexto, aspectos o variables como el carisma o empatía que pueda concitar o generar un determinado candidato en un proceso eleccionario. Eso está fuera de discusión, pues hay candidatos que, por una u otra razón, no generan empatía o conexión con el electorado a veces hasta con excelentes propuestas programáticas y solvencia ética-profesional; y otros que, con pobrísima o ninguna propuesta, logran ser votado por grandes mayorías (generalmente, producto de ostentación y uso de recursos, manipulación propagandística o, la fortaleza política-electoral de un partido). Sin embargo, el ideal sería que el electorado más que por caras-figuras o marketing político, vote por propuestas programáticas que contengan el pliego de demandas sociales, económicas, culturales y de infraestructuras que vaya a impactar, favorablemente, al país, una provincia, o un municipio. Pero para ello, necesitamos elevar la conciencia cívico-ciudadana y cultura democrática en el triple entendido ciudadano de deberes, responsabilidades y exigencia de rendición de cuentas.
He sido, por años, enfático en esos dos aspectos: candidatos y propuestas pragmáticas (y debates). Y en honor a la verdad, hay que reconocer que la gestión de gobierno que encabeza el Presidente Danilo Medina, sino me equivoco, ha sido, en nuestra historia contemporánea, la gestión de gobierno que más ha hecho énfasis y cumplimento –programático- en lo que ofertó al país.
Y de los actuales candidatos presidenciales quien más exhibe credibilidad -de cumplimiento programático- es Gonzalo Castillo, pues desde su gestión en Obras Publicas dio muestras fehacientes de gerencia efectiva e identificación de necesidades y servicios a través de programas de asistencia vial, infraestructuras y contribución a disminuir uno de los grandes desafíos de la sociedad dominicana: la seguridad ciudadana. Además, enfatiza sobre empleo, políticas inclusivas y de género, emprendurismo, educación, salud y redistribución geográfica-equitativa en el gasto público (en fin, continuidad de Estado-gobierno y nuevas iniciativas –¡sin insultos!-).