El presidente Nayib Bukele que, desde hace un tiempo encabeza, casi inamovible, el ranking de presidente mejor valorado del mundo, es una suerte de incógnita bajo los signos: voluntad política, rasgos autoritarios y empatía ciudadana. Por esa mezcolanza -agridulce- para algunos es un “dictador” y populista; mientras para la gran mayoría salvadoreña es un líder y presidente que ha sabido encarar, con firmeza, voluntad política y determinación dos flagelos históricos-estructurales en Centroamérica y México -o más extensivo, Latinoamérica-: corrupción pública y delincuencia organizada (llámese “maras” o pandillas); además de implementar un agresivo programa de infraestructura y de políticas públicas -ayuda directa- para aminorar la brecha social rico-pobre.
Independiente de lo que se piense del presidente Bukele -si es un “dictador”, tercerposicionista o populista-, quizás la clave de su empatía ciudadana se deba, a pesar de esos evidentes rasgos en algunas de sus determinaciones, enfrentamientos o pésimas relaciones con la prensa y los partidos tradicionales, a que ha sabido descodificar que El Salvador era, prácticamente, un país hegemonizado política e “institucionalmente“ por las maras y las cúpulas de los partidos tradicionales, y ello explica la delegación o tolerancia ciudadana ante el régimen de excepción -que lleva un año de aplausos y críticas (esto último, de la oposición política, prensa, Ongs y organismos internacionales defensores de los derechos humanos)- o de extra-poderes ejercidos por el presidente con el propósito de sacrificar ciertas libertades a cambio de sosiego, fin de los crímenes y extorsiones -asesinatos e impuestos ilícitos o bajo amenaza ejercida por las ya diezmada maras- y una garantía de seguridad ciudadana a cualquier precio.
Y tal parece que la fórmula o aceptación ciudadana, le está remitiendo grandes dividendos políticos -o capital político-electoral-, pues hasta el día de hoy no hay una figura o líder político -de credibilidad o arraigo ciudadano- que signifique amenaza real a una posible reelección -2024-2030-; a pesar de todos argumentos de índoles constitucionales que la oposición política y algunos expertos han advertido o señalado ante esa eventualidad que avaló la Sala de lo Constitucional; pero que la Constitución vigente sólo consigna reelección diferida.
No obstante y a pesar de esa disyuntiva o disonancia, otra característica distintiva de la gestión de gobierno que encabeza el presidente Nayib Bukele son sus frecuentes divergencias o enfrentamientos -vía Twitter- con otros presidentes y líderes de la región que, en mayoría, lo visualizan, política e ideológicamente, como un lobo solitario e indomesticable o “rosca izquierda” que rompe con la política tradicional o la compostura clásica de cómo deben comportarse los presidentes o jefes de Estado obviando que, precisamente, él encarna la antítesis de ese viejo protocolo o manual de simples enunciados, promesas, sumisión o politiquerías que tanto detesta.
En fin, Bukele es un presidente -“dictador”, tercerposicionista o populista- que hace rato tomó distancia de ciertos centros del poder global y trilla otra ruta o cartografía en el ejercicio de la política y el poder. Sin duda, algo atípico si miramos la geografía desde donde gobierna, lidera y concita.