Hace rato que el Prof. Juan Bosch dejó bien establecido el origen y el lugar del chisme en la sociedad dominicana y la actividad política (sinónimo de subdesarrollo político-cultural; y no pocas veces, en diferentes etapas históricas o de ciertos regímenes, elevado a la categoría de política de Estado). Pero el chisme sobrevive y además de enfermedad social, es también una patología de la conducta de algunas personas. Por eso, el chismoso, ni cuenta se da de su afección y vive endilgándoles a otros sus faltas y defectos.
Pero no de todo el mundo se puede levantar chismes. Para ser objeto de chismes –y por supuesto, del chismoso- hay que estar en la mira de alguien o de muchos (entre ellos, de “pseudo-profesionales” frustrados, envidiosos y egocéntricos). Y se puede estar en esa mira, muchas veces, por cumplidor, por honesto, por franco, por exhibir independencia de criterio, por ser diferente, por lograr éxito, e insólitamente, por no dejarse manejar ni dirigir de fanáticos, adulones, analfabetos ni mucho menos de incompetentes.
El chismoso, por lo general, es un lleva vidas, sinvergüenza y holgazán que disfruta enormemente mentir y calumniar.
La mejor arma para confrontar al chismoso es observarlo en su propia existencia y miseria. Por ejemplo, ¿qué hace y de qué vive el chismoso? Generalmente, no trabaja, y si lo hace, usa el lugar de trabajo como laboratorio o plataforma para orquestar campañas y estratagemas para derribar reputaciones e importunar labores productivas de empresas, organizaciones u dependencias estatales. En otras palabras, el chismoso no tiene tiempo para nada productivo. ¡Es un genio del ocio y la nadería!
Pero de todos los chismosos, el peor es el que habita en la actividad política. Este en su accionar, o mejor dicho, en su despotricar no tiene límites. Inventa, desacredita, siembra cizaña, destruye, aniquila, y no hay forma de detener su “lengua viperina”. Son, como escribió el psicólogo argentino Bernardo Stamateas, “Gente tóxica” (así se titula su genial e ilustrativo libro sobre una serie de trastornos de la personalidad y enfermedades psicosomáticas).
De todas formas y en última instancia, no hay problema con los chismosos (¡están en todas partes!); pues, esa enfermedad, lamentablemente, no se cura ni tiene tratamiento. O dicho en pocas palabras, un chismoso es como un muerto en vida. ¡Ni más, ni menos!