El pasado viernes tuve el privilegio de asistir a una actividad diplomática y cultural especial: un “Open House” de la centenaria Biblioteca Colón de la Organización de los Estados Americanos (OEA) que dirige, con eficiencia y fina atención, Stella Villagrán; y allí, además de departir con algunos amigos y diplomáticos, pude deleitarme, y porque no decirlo, beneficiarme con una iniciativa sumamente especial: la exhibición de una serie de libros que, por estar repetidos en sus anaqueles, fueron puestos al alcance y adquisición de los invitados, y bajo esa suerte o premisa pude adquirir algunos libros, entre ellos uno que llamó mi atención y que lo tomé al vuelo: “Piedras y Leyes” nada menos que de la autoría (¿?) del dictador Fulgencio Batista (1901-1973).
Como de costumbre, comencé a hojear y adentrarme en las páginas del curioso ejemplar -de marcadas pretensiones de “hacer historia”- para redescubrir de cómo los hombres que trascienden en los destinos de los pueblos van, con raras excepciones, de un extremo a otro; o las mayorías de las veces, de la simulación a la traición. Y luego, como, vía la historia, el testimonio o el periodismo, pretenden tergiversar o maquillar los roles o papeles públicos que jugaron, unas veces como actores protagónicos; y otras, como simples marionetas, farsante o, vulgares asesinos.
Llamó también mi interés en cómo el profesor Juan Bosch se insertó en aquella sociedad cubana convulsa de 1933-59 que, antesala a su llegada, ya había vivido el golpe de Estado -1933- al general Gerardo Machado (“Revolución de los sargentos”), y cómo, casi a su llegada -desde Puerto Rico-, 1939, prácticamente es parte –protagónica- de dos hitos históricos: la fundación del PRD y la Constitución cubana de 1940 (fue de sus artífices), por invitación de Carlos Prio Socarrás (de quien será asistente particular). Pero más insólito, ¿de cómo el beneficiario de esa avanzada Constitución, cuyos influjos nos alcanzó -1963-, termina siendo, en las elecciones de 1940, el hombre “de los golpes de Estado”: Fulgencio Batista? Lógicamente, tal paradoja, tal vez se pueda “explicar” a la luz de la tradición caudillista-castrense latinoamericana, la crisis de 1929, la hegemonía de EE.UU y la fragmentación –tres tendencias ideológicas-oligárquicas- de aquel embrionario movimiento revolucionario (1933), que derrocó, días después, también, a Carlos Manuel de Céspedes Quezada, por ser la continuación “del Machadato sin Machado”.
La de Bosch en Cuba, sin duda, fue una vida de lucha y reconocimiento, pues, en tierra de Martí, publicó muchos de sus textos literarios, ensayos y artículos que les merecieron premios, renombre internacional y respeto intelectual y político. Pero, también, epicentro, por algún tiempo, de su prédica anti-trujillista y cuna del amor.