He sosteniendo, empíricamente, que en Haití -por décadas- ha operado un modelo de dominación política en crisis que no puede ser explicado a la luz de la teoría “Estado fallido”, pues tal tesis sociopolítica resulta insuficiente para llamar o definir, en su justa dimensión operativa, lo que fue el poder en caos que, posdictadura duvalierista, los poderes fácticos -oligarquía, clase política, empresarios, estamentos castrenses y policiales y toda una superestructura geopolítica (a modo de agendas supranacionales)- se reafirmaron en el poder. Sin embargo, con la salida-descrédito de Minustah-ONU y la contratación de espalderos y sicarios por esas claques, dada la ausencia de un efectivo control coercitivo el modelo del poder en el caos entró en crisis y prácticamente ha sido suplantado por bandas de expolicías, militares y sicarios -hasta importados- cuya cabeza visible o de más control territorial-policiaco y de extorsión lo tiene la banda G9 que dirige Barbecue. De modo que la situación actual de Haití no se puede entender con cables noticiosos sobre la figura de Jimmy Chérizier (alias, Barbecue) sin edificar, así sea sucintamente, sobre cómo fue que Haití de “Estado fallido” -o modelo de poder sui géneris- pasó a tierra de nadie, aunque si el Consejo de la ONU lo decide -como en otros casos- o Estados Unidos (unilateralmente), míster Barbecue y demás “Robin Hood” podrían tener sus días contados.
Y en ese contexto, nuestro país por razones geográficas, migratorias; pero, sobre todo, por el latente Kosovo que pende sobre nuestra frágil frontera y un gobierno -en Haití- cada vez más precario y necesitado de la comunidad internacional que, prácticamente, se hace de la vista gorda no sabemos en espera de qué.
Tal situación sociopolítica-caótica e impredecible aumenta la pesada carga o cuota histórica que venimos llevando producto de aquel sufrido conglomerado humano que sólo ha sido explotado por el colonialismo múltiple, su oligarquía, clase política, empresarial, modelo de dominación 1915-34, la dictadura duvalierista 1957-86, los frágiles ensayos democráticos; y ahora bajo el dominio de bandas paramilitares-policiacos y sicarios que hoy se han repartido el “control” territorial en Haití. Pero antes, hay que decir que el otrora “Estado fallido” o el poder en el caos operó, inalterable, bajo varias variantes operativas: golpes de Estado, expoliación de sus claques gobernantes, expulsión estratégica de su población, proliferación de oenegés -como agencia supranacionales-, victimización internacional y barril sin fondo de ayuda internacional que la población pocas veces disfrutó o benefició; y encima, la eterna historia circular del desarrollo, del subdesarrollo o dependencia lo que explica, en parte, la barbarie y la extorsión que hoy campea en Haití (Lógicamente, localmente, la problemática haitiana tiene otra lectura histórica, social y política: modelo intervención 1916-1924, dictadura trujillista 1961, Bonapartismo balaguerista 1966-78; y sus matices subsecuentes hasta la actualidad).
En caso tan difícil, como el actual, a nuestro país y gobierno no les queda más que salvaguardar nuestra integridad nacional-territorial, soberanía, frontera y dejar claro, como lo hemos hecho, que es como nuestros padres fundadores nos inculcaron (sin abusos ni rencores): firme, aunque rechazando cualquier chovinismo trasnochado.
Cierto, Haití no es una amenaza militar para el país; pero sí una realidad demográfica y social que nos puede desbordar y traernos dilemas mayores…