Durante la pasada semana, la Florida International Bankers Association (FIBA) y la Federación Latinoamericana de Bancos (Felaban) celebraron en la ciudad de Miami su Congreso Anual sobre Seguridad Bancaria, evento en el que cada año analizan los aspectos más relevantes de la seguridad de los bancos que operan en Latinoamérica, y donde en esta ocasión, por solicitud de la delegación dominicana, se incluyó el tema de las “vulnerabilidades estructurales, desastres naturales y pérdidas económicas en Latinoamérica”, tema para el cual se nos invitó a disertar para analizar los potenciales impactos de los terremotos, maremotos, huracanes, tormentas, inundaciones y sequías, y las grandes pérdidas económicas que estos fenómenos naturales provocan a la sociedad y a los bancos.
Luego de que en septiembre del pasado año 2017 los poderosos huracanes Harvey, Irma y María provocaran daños estimados en 306 mil millones de dólares, el Banco Mundial alertó a los países latinoamericanos sobre la posibilidad de que los fenómenos naturales impacten cada año al menos uno de nuestros países, generando desastres capaces de retrasar la economía en al menos 10 años, pues al ver las condiciones en que han quedado las economías de Puerto Rico, Dominica, y Saint Marteen, luego de ser impactadas por huracanes mayores, y al ver que la economía de Haití no ha podido levantarse después del terremoto del año 2010, es evidente que los fenómenos naturales representan serias amenazas para nuestros países, para nuestros proyectos hoteleros, industriales, agrícolas, energéticos y urbanos, y para la banca que los financia.
Y es que a la hora de la banca financiar la construcción de un proyecto hotelero, industrial, habitacional, o comercial, no se evalúa la respuesta sísmica de los suelos donde están siendo desarrollados esos proyectos, ni mucho menos se determina la respuesta sísmica de esas estructuras cuyos desarrolladores han optado por un financiamiento bancario, como tampoco se toma en consideración la resistencia máxima de esas estructuras ante cargas de vientos cada vez más fuertes, pues generalmente nuestras construcciones se diseñan para resistir cargas máximas de vientos del orden de 200 kilómetros por hora, sin embargo, con los efectos directos del cambio climático, las temperaturas de la superficie del mar estarán cada vez más altas, y producirán cada vez mayor cantidad de vapor de agua que ha de contribuir a generar huracanes mayores tipo Irma, con vientos máximos sostenidos de 298 kilómetros por hora, o huracanes tipo Patricia, con vientos máximos récord del orden de los 325 kilómetros por hora.
El cambio climático también ha de generar lluvias torrenciales e inundaciones, como las que tuvimos en Puerto Plata, en noviembre del año 2016, cuando en la costa norte durante ese mes cayeron unos 1,250 milímetros de lluvias por cada metro cuadrado y generaron pérdidas al Estado dominicano del orden de los 25 mil millones de pesos, a lo que se contraponen las sequías extremas, como la que sufrió la región del Caribe y Centroamérica durante los años 2013, 2014 y 2015, sequía que afectó severamente a la agricultura y a la ganadería.
El impacto del terremoto ocurrido en el noroeste de Ecuador, en abril del año 2016, puso en evidencia la fragilidad de las micro, pequeñas y medianas empresas levantadas sobre suelos flexibles, las que colapsaron en su gran mayoría, sin embargo, las micro empresas y los bancos comerciales pudieron salir adelante y continuar sus relaciones de negocios gracias a que los bancos habían condicionado los financiamientos a pólizas de seguros contra terremotos, encontrándose que el 95% de las empresas afectadas disponía de pólizas de seguros que cubrieron los daños estructurales, y de esa forma las empresas afectadas lograron levantarse.
Todos sabemos que muchos de los préstamos otorgados por la banca están garantizados por una estructura inmobiliaria cuya respuesta sísmica se desconoce, pero si antes de otorgar el financiamiento se procediera a una evaluación visual rápida de la estructura, y a una evaluación rápida de la respuesta sísmica del suelo, sería fácil identificar las vulnerabilidades sísmicas de las estructuras presentadas como garantías hipotecarias, y de común acuerdo entre el banco y el propietario proceder a corregir esas vulnerabilidades sísmicas como parte del proceso financiero, incluyendo el costo del “retrofit” dentro del monto del financiamiento, y con esto el propietario y su familia estarían más tranquilos y más seguros, y el banco estaría más seguro de que esa garantía no desaparecería en caso de un fuerte terremoto, y de esa forma el banco no sólo estaría protegiendo sus inversiones, sino también protegiendo la vida y los activos de sus clientes, y eso sería aplaudido socialmente.
Finalmente señalamos que para los bancos sus propias estructuras son muy importantes, pero que ningún banco sabe cómo han de responder sus oficinas a la hora de un próximo gran terremoto o de un próximo huracán categoría 5.