Este 11 de marzo se cumplieron 10 años del poderoso terremoto magnitud 9.0 ocurrido en el año 2011 en la costa oriental de Japón, el cual generó un tsunami cuyas gigantescas olas mataron unas 22,000 personas, y generaron la tragedia nuclear de Fukushima con secuelas radiactivas, siendo esa calamidad parte de las razones por las cuales la sociedad siente pánico cuando se habla de terremotos, y por ello, durante décadas, muchos especialistas en geología, geofísica y sismología investigamos señales que identifiquen anticipadamente procesos de largas roturas tectónicas en la corteza terrestre, las que derivan en grandes terremotos que se convierten en grandes tragedias.
Por ello, en marzo de 2012, publicamos un artículo en el periódico El Día, titulado: “Electromagnetismo y predicción de terremotos”, en el cual decíamos que si queremos pronosticar los terremotos debemos instalar sensores de ondas electromagnéticas de baja frecuencia, porque las altas presiones generadas por los fuertes empujes que se producen a lo largo de los bordes de contacto entre las placas tectónicas producen múltiples efectos piezoeléctricos en los silicatos constituyentes de las rocas de la corteza terrestre, y esas microdescargas eléctricas ionizan la atmósfera y producen una perturbación local en el campo electromagnético regional en los días previos a un gran terremoto.
Posteriormente, en fecha 28 de marzo de 2018, un grupo de científicos chilenos liderados por el profesor Enrique Cordaro, de la Universidad de Chile, publicaron haber desarrollado una metodología que detecta y mide anomalías en el campo magnético de la Tierra, las cuales podrían pronosticar terremotos con 30 días de anticipación, porque en lugares donde se produjeron grandes terremotos, como el ocurrido el 11 de marzo de 2011 en Japón, hubo bajas de emisión del campo magnético con 30 días de antelación, ya que el campo magnético de la Tierra no es un espacio físico, sino un conjunto de ondas electromagnéticas que están en constante relación de frecuencia e intensidad.
Ese descubrimiento publicado por científicos chilenos en el 2018 coincide en su base metodológica con nuestro planteamiento publicado en el 2012 en el sentido de que el campo magnético que rodea y protege a la Tierra de las radiaciones cósmicas se altera localmente por la interferencia o “ruido electromagnético” que produce una falla geológica que por empujes tectónicos está produciendo una gran rotura sísmica, siendo un concepto sismoelectromagnético que hoy vuelve a ser ratificado con los resultados de una investigación geocientífica publicada la semana pasada por un equipo de geofísicos del Instituto de Tecnología de California (Caltech), liderado por el sismólogo Zhongwen Zhan, quienes durante meses han monitoreado cómo los eventos sísmicos alteran la polarización electromagnética que experimentan las ondas de luz que viajan a través de un cable de fibra óptica, de 10,000 km de longitud, instalado a lo largo de las costas del océano Pacífico, para transmitir voz y data desde Los Ángeles, California, hasta Santiago de Chile, llegando a la conclusion de que los cables de fibra óptica ya instalados en el fondo del mar pueden ser utilizados como sensores para detectar anomalías en la polarización de la luz transportada por cables ubicados en zonas sísmicamente activas, lo que podría ayudar a informar anticipadamente a las comunidades que serían afectadas por la inminencia de un terremoto, ya que durante los últimos 9 meses lograron detectar 20 terremotos, incluido el de magnitud 7.7 que en enero de 2020 afectó a Jamaica, detección lograda analizando la oscilación de la luz que viaja por este extenso cable submarino.
Ya en el año 2010, Liu Jann-Yeng y Yen Horng-Yuan, investigadores del departamento de geociencias de la universidad de Zhongli, Taiwán, habían publicado en la revista científica “Journal of Geophysical Research”, que existe una conexión entre las vibraciones de la ionosfera y los posteriores terremotos, ya que, según sus observaciones y mediciones, “un movimiento sísmico de 8 metros en la corteza terrestre se traduce en una vibración de 80 kilómetros de la ionosfera, lo que permite detectar terremotos con 60 a 90 minutos de anterioridad, gracias a la relación directa que existe, y que es medible, entre los lentos procesos de roturas sísmicas de las rocas silíceas que integran la corteza terrestre (litosfera), los pequeños campos electromagnéticos que se generan en esos procesos de roturas, y que perturban el campo electromagnético de la Tierra, y la incidencia de esas perturbaciones en los niveles medibles de ionización en la ionosfera, por lo que las mediciones permanentes de la relación física entre el campo electromagnético alrededor de la litosfera y el conteo de la concentración de iones en el aire de la ionosfera, nos permitiría adelantarnos al menos una hora a un gran terremoto.
Ahora, geofísicos del Instituto de Tecnología de California analizan el millón de kilómetros de cables submarinos que se utilizan para las comunicaciones de voz y data alrededor del mundo, aprovechando que la polarización electromagnética de la luz que viaja a través de un cable submarino no es perturbada por los truenos ni por los cambios de temperatura que se producen en la superficie de la Tierra, lo que indica que cada día estamos más cerca de alcanzar la meta ideal de lograr detectar anticipadamente cualquier terremoto, y así ayudar a salvar muchas vidas.