Desde la pre-adolescencia, mis amistades sabían que no me gustaba todo tipo de bufeos. Lo mío era entrarle siempre al patriarcado y a todo lo que oliera a desigualdades sociales. Como adulta ocurre lo mismo, y mi hermana Sara se ha apoderado de la ardua tarea de actualizarme constantemente en el mundo de los memes, audios y relajos que le gustan a la gente joven. A pesar de ser mayor que yo.
Uno de esos fenómenos sociales en los que me tuvo que actualizar Sara es un audio que se esparció como pólvora a principios de noviembre. En el mismo, una mujer interpela un hombre reclamándole que él tiene que pagarle si quiere una relación con ella.
La joven expresa: “A mí no me gusta el hombre mezquino; yo no soy mujer de 500 ni 300 pesos. Tú ves como yo visto, blindá’ de marca, de arriba abajo hasta los dientes. Pa’ tu llegarme a mí, tú tienes que manifestarte. Porque tú estás viendo la calidad de mujer con quien tu ‘ta bregando. Yo necesito que tú me des dinero; que me asumas económicamente. Yo no tengo problema en estar contigo, mi amor. Porque tú me gustas. Ahora bien, ¡asúmeme! Pero no quieras disfrutar sin asumir que no me gusta la mezquindad”.
Se cae de la mata que esto es prostitución. Aunque dudo que la amiga se asuma como una mujer prostituida. De hecho, la joven del audio no está sola. En el estudio sobre el matrimonio infantil de la organización Plan Internacional, un 36% de las niñas y adolescentes encuestadas afirmó “acceder a tener relaciones con hombres adultos a cambio de dinero, pagar cuentas u obsequio de regalos (celulares, recargas, ropas, computadoras, otros)”. El tema no es broma: ¿considera usted “la asunción”, una forma de prostitución? ¿Por qué si o por qué no? Pondérelo.
El análisis feminista sería que a las mujeres nos enseñan desde pequeñas a vernos como objetos. También analizaría que, en una sociedad machista, donde se exalta a las mujeres que más acatan los preceptos de la femineidad (una construcción sexista), no es sorpresa que muchas idolatren ese modelo de percepción en el que se ven a sí mismas como un proyecto en constante (re)construcción estética. Otro de los enfoques sería que las mujeres somos socializadas, según enseñanzas del patriarcado, a entender que nuestra mejor moneda de trueque es nuestra sexualidad, la cual podemos intercambiar para conseguir cosas de los hombres.
Aunque yo me pregunto: ¿cuál sería la alternativa? ¿Las relaciones sexuales exclusivamente dentro del matrimonio, donde también se da mucho eso del “sexo transaccional”? A los hombres los socializamos para que entiendan que su sexualidad les pertenece a ellos y existe, primordialmente, para el disfrute de ellos mismos, mientras que a las mujeres nos enseñan que nuestra sexualidad se dispendia y existe para el disfrute de otros.
Este modelo es perjudicial, por un sinnúmero de razones. La más importante es que contribuye a la cosificación de las mujeres ante los ojos de los hombres (lo cual es extremadamente peligroso) y en nosotras mismas (que también nos hace daño).
Si somos honestas, existe una disonancia: no podemos decirles a los hombres que no somos un objeto que les pertenece, si alguna de nosotras estamos pidiéndoles “que se manifiesten y nos asuman”. Esto no justifica las acciones de los hombres, pero sí legitima en sus cabezas la idea de que las mujeres somos una posesión más, falacia que hay que desincentivar urgentemente.
Lo que verdaderamente hay que asumir en la sociedad dominicana es otra visión de la sexualidad de la mujer, y de eso hablaremos en otros artículos.