El doctor Andrés (Andy) Dauhajre hijo sostiene que es riesgoso para el sistema político desechar a los líderes por su edad, contraponiéndolos a los jóvenes como relevos necesarios para impulsar los cambios en la sociedad. Destaca sin embargo que no siempre los líderes jóvenes han motorizado las reformas conducentes al progreso social. A continuación el planteamiento de Dauhajre:
Edad de líderes políticos y reformas
En los últimos días ha comenzado a propagarse la idea de que necesitamos el relevo de los líderes políticos tradicionales por un liderazgo joven y emergente.
En la coyuntura actual en que se encuentra nuestra economía, necesitada de reformas estructurales considerables y que muchos tienden a sacarle el cuerpo por el “costo político” que éstas generalmente acarrean, hay que ponderar con cuidado las propuestas basadas en el convencimiento de que la Nación debe dar un salto (¿al vacío?) para caer en la fuente de la juventud. Cuidado…no vaya a ser que caigamos en suelo firme. La juventud, no pocas veces, aterrorizada por el costo político de ejecutar reformas serias, tiende a dejar el claro.
A diario escuchamos a representantes de todos los sectores y a los principales analistas del país expresar que necesitamos una reforma fiscal integral para evitar caer en una seria crisis macroeconómica; desmantelar todas las fuentes de gasto público improductivo; resolver el problema de la generación acelerada de deuda púbica que realiza el Banco Central; ejecutar una profunda reforma del mercado laboral; racionalizar la política de subsidios y eliminar las concesiones generalizadas que se esconden detrás de tarifas mentirosas; adoptar medidas que fomenten la competencia en los mercados internos dominados por monopolios y oligopolios; transparentar el opaco mercado de tierras que limita la inversión nacional y extranjera; revisar y renegociar cualquier contrato y/o concesión que vaya en detrimento de las finanzas públicas, entre otras.
Desde que retorné al país en 1983 luego de finalizar mis estudios, he tenido la oportunidad de interactuar con varios presidentes de la República, la mayoría de las veces para promover la ejecución de reformas estructurales que consideramos necesarias para continuar por la ruta del crecimiento económico sostenible con estabilidad. Esta oportunidad me ha permitido percibir cómo los líderes políticos que ocupan de tiempo en tiempo la máxima dirección del Poder Ejecutivo, evalúan las reformas, sobre todo, cómo y cuánto ponderan los costos políticos que podrían derivarse de las mismas.
Una de las lecciones que he recibido es que mientras más joven sea el presidente, mayor es la probabilidad de que confiera una alta ponderación al costo político de las reformas. Es cierto que podría aparecer en el escenario político dominicano un joven dotado de un superávit tal de coraje que lo estimule a ejecutar las reformas a pesar del costo político de las mismas. Toda regla tiene su excepción. La más notable de estas escasas excepciones es la de un graduado del London School of Economics y la Universidad de Cambridge: Lee Kuan Yew. A la edad de 36 años este joven, junto a un reducido equipo de colaboradores, inició una de las historias más impresionantes de construcción y desarrollo de una nación sin asistencia externa. El Padre de Singapur fue Primer Ministro durante 31 años, y Senior Minister los siguientes 14, hasta su retiro en 2004, a la edad de 81 años. Casos como el de Lee y Chiang Kai-shek no son comunes.
La realidad es que la mayoría de los jóvenes políticos que quieren relevar a los “viejos”, generalmente otorgan mucha ponderación al costo político de las reformas. Por una razón muy sencilla y comprensible: la esperanza de vida, luego de que abandonan el Palacio Nacional, es prolongada. Si a esto agregamos que muchas veces logran acceder al poder hipotecados de compromisos con grupos económicos que se benefician del statu-quo, entenderíamos mejor el porqué la generación del relevo, en numerosas ocasiones, termina decepcionando a los pueblos que creyeron en ella y le votaron.
En el país y en el resto de la región se percibe un sesgo en contra de los liderazgos políticos maduros, una especie de sesgo “anti-viejo”. Se interpreta la edad avanzada de los políticos como un hándicap, una especie de prueba de fuego para los expertos en campañas electorales. ¿Cómo vamos a venderle a una población donde la mayoría de los votantes tienen menos de 40 años, un candidato octogenario?
La experiencia ha demostrado que, en no pocas ocasiones, estos candidatos de avanzada edad, cuando llegan a la presidencia, terminan convirtiéndose en presidentes reformadores.
Tomemos el caso de Víctor Paz Estenssoro en Bolivia. En 1985, a la edad de 78 años, gana la presidencia. En este su último y cuarto mandato, hereda de la administración de Siles Zuazo una hiperinflación del 20,000%, una contracción acumulada del PIB de 12% en los últimos 5 años y un déficit fiscal de 25% del PIB. Sin nada que perder, dada su avanzada edad, emite el Decreto Supremo 21060, que contenía un conjunto de serias medidas económicas para enfrentar la crisis. El programa económico de Paz Estenssoro, diseñado por el economista Jeffrey Sachs, logró reducir la inflación en dos años a menos de 15% y el déficit fiscal a 2.7% del PIB en 1986. Cuando Paz Estenssoro, a los 82 años, entrega el poder en 1989, la economía estaba creciendo a un ritmo de 4% anual. El “viejo” enfrentó y derrotó la crisis.
Otro ejemplo, aunque más lejano, lo encontramos en los cuatro gobiernos de Konrad Adenauer que se iniciaron en 1949, cuando “el más grande alemán de todos los tiempos” tenía 73 años. Apoyándose en las ideas de Ludwig Erhard, su Ministro de Economía, ejecutó un amplio programa de reformas que dio origen al Milagro Económico Alemán. Adenauer entrega la jefatura del Gobierno en 1963, a la edad de 87 años.
Más lejos todavía encontramos al responsable del Milagro Económico Chino: Deng Xiaoping. Luego de la muerte de Mao en 1976, Deng repudió la Revolución Cultural en 1977 y lanzó la Primavera de Pekín. En noviembre de 1978 viaja a Singapur. Recibido por Lee Kuan Yew, queda impresionado con lo que vio. A principios de 1979, a la edad de 75 años, Deng pone en marcha un acelerado programa de reformas económicas de mercado, convirtiéndose en el principal promotor y centinela del giro definitivo de China hacia el sistema de economía de mercado, hasta que Deng se retira en 1992, a la edad de 88 años.
El caso más conocido para los dominicanos es el del presidente Joaquín Balaguer. A la edad de 84 años, ciego, Balaguer enfrentaba una seria crisis macroeconómica. A esa edad, la esperanza de vida post-Palacio era muy corta. Dado que esta convergiría muy rápidamente a cero, el costo político de las reformas que se requerían también lo haría. Con todos los grupos económicos poderosos del país en contra, Balaguer ejecutó el más ambicioso programa de reformas económicas estructurales de los tiempos modernos en la República Dominicana. Todavía hoy, cosechamos parte de los frutos de ese ímpetu reformador del octagenario presidente. La inflación, que había llegado a 80% en 1990, cayó a 5.2% en 1992. El PIB real, que había caído 5.5% en 1990, creció 8.0% en 1992. El déficit del sector público consolidado de 7.4% del PIB en 1989, se transformó en un superávit de 1.3% en 1992.
Balaguer había ganado a Bosch, por apenas 22,000 votos, las elecciones de 1990, percibidas por la mayoría como fraudulentas. Los frutos de las reformas económicas fueron de tal magnitud que el “vuelve y vuelve” comenzó a sonar de nuevo a principios de 1993. El 16 de agosto de 1996, un Balaguer de 90 años entrega la Presidencia a Leonel Fernández de 42.
No nos perdamos. Detrás de los que plantean la necesidad de que el liderazgo emergente desplace a los líderes políticos tradicionales, hay grupos económicos poderosos temerosos de que líderes experimentados y maduros, interesados en dejar un legado de progreso y prosperidad a la Nación ejecuten, si se le ofrece una nueva oportunidad, un conjunto de reformas económicas que necesariamente eliminarían o reducirían los enormes privilegios que hoy reciben. Consideran que podrían controlar a muchos de los liderazgos jóvenes. A los “viejos”, con poco costo político que enfrentar, se les haría mucho más difícil. Temen que, 30 años después, les salga otro Balaguer en el 2020. Los comprendo perfectamente.
Por eso quieren darle de baja política a Danilo (67 años en el 2020, Hipólito (79) y Leonel (65). Mientras los chinos, con su cultura milenaria, veneran a sus antepasados y admiran a los miembros más longevos de su familia, aquí tendemos a colocar la madurez, experiencia y edad avanzada en la casilla de las debilidades de la matriz FODA de los candidatos.
Particularmente prefiero un presidente de 70 u 80 años, que no tenga miedo al costo político de hacer lo que debemos hacer en el país, que a uno de 30 ó 40 años que tema a un “tweet”, una pancarta, una marcha o al chantaje mediático que puedan realizar los grupos de poder que rentan el sistema de privilegios existente.
Lo que más conviene a nuestra democracia es una competencia sana entre los liderazgos maduros y los emergentes, sin vetar la participación de nadie. Si fruto de esa competencia gana el relevo, bienvenido sea. Pero si no, que sea paciente y espere 10 ó 20 años más. Después de todo, como dijo Gardel, 20 años no son nada.