En la política es cada vez más necesario mostrar el lado humano, que la gente perciba al político cercano, como uno de ellos y que trabaja para lograr conquistas importantes para el bien común debe ser el objetivo principal.
Pero qué sucede cuando ya en el poder –como es el caso del Presidente de la República– se abusa de este recurso, que si bien es cierto es importante, no siempre es favorable, sobre todo para preservar el encanto y la investidura del cargo. Tenemos el ejemplo del presidente Luis Abinader, quien desde su asunción a la primera magistratura dio señales claras de que pretende gobernar de una manera diferente.
Permitir que las cámaras por primera vez llegaran hasta el despacho presidencial fue una jugada astuta y en términos de comunicación tuvo un gran significado, sin embargo, en lo adelante pudiera parecer que este Gobierno tiene más tiempo que los seis meses que ya se cuentan, todo por esa sobreexposición del mandatario.
Si a su antecesor, Danilo Medina, se le cuestionaba que no daba la cara con frecuencia y que en lugar de ofrecer ruedas de prensa o alocuciones frecuentemente, prefiriera tratar los temas desde su eficiente equipo de comunicación en la Dicom, al presidente Abinader por el contrario algunas de las críticas tienen que ver con la sobreexposición que va en perjuicio de una efectiva administración de la figura del presidente.
Para el historiador Vladimir de la Cruz, “ser Presidente de la República es como un Símbolo Patrio, al que se le deben guardar todos los respetos que el protocolo exige para estos símbolos, y para las figuras, o personas, que los representan y ejercen, en el momento de su gestión”. El presidente ha asumido de manera directa temas que sin problema alguno pueden ser tratados por sus ministros y preside con una regularidad pasmosa ruedas de prensa en el Palacio Nacional, lo que se traduce en un claro manejo gerencial vertical que le coloca al frente de la línea de fuego innecesariamente.
Esa presencia constante de Luis Abinader en eventos que bien pueden tratar sus funcionarios, ha sembrado en la mente de muchos hasta qué punto confía el mandatario en los que encabezan el grueso ministerial de su administración.
La figura del Presidente de la República debe mantener esa aura de solemnidad que va de la mano del poder que presenta. Es posible mostrar –oportunamente– el lado humano, identificando con inteligencia las prioridades de su investidura y delegando en sus subalternos las labores para las cuales fueron designados. No quisiéramos –y estoy convencida que Abinader mucho menos– que al cabo de un año en el Gobierno, la prensa y la ciudadanía más que deseos por escuchar unas declaraciones del mandatario, sientan todo lo contrario.