Las reglas no se hicieron para mí, solo para los otros. Me rijo por mis propias necesidades y precariedades, sin importar los que transiten cerca, ya que puedo caber en cualquier espacio, le guste o no al que rebaso sin mirar atrás. Él puede esperar, yo tengo demasiados compromisos que, talvez no sean más perentorios, pero sí son míos y con eso debería bastar.
Soy mi propia carrocería, al casco que resuelva, lo demás que lo decida la divina providencia, para eso la Virgen de la Altagracia me protege y a todo al que, como yo, anda buscándose la vida.
Las luces de los semáforos se hicieron para los tontos, en mi lenguaje particular rojo es que siga adelante, amarillo que acelere y verde que continúe con más fe el rumbo en loca caravana, zigzagueando entre todo el vivo que encuentre a mi alrededor. Nada me causa mayor placer que rebasar un automóvil lujoso que debe esperar su turno para cruzar, mientras yo avanzo subiendo olímpicamente entre las calzadas y los contenes. Si por casualidad lo rayo, pena por él, porque ni vendiéndome completo podría reponerle los daños.
El peatón no es gente, que se quite del medio porque voy rápido, si no, que ande entonces como yo. La señalización de las calles aplica para los demás, puedo ir en vía contraria, mientras me burlo de la autoridad que no puede perseguirme y solo tiene dos trabajos, encolerizarse y luego tranquilizarse, porque somos muchos circulando en iguales condiciones. Además, tiene que tomarlo con calma porque puede que me necesite para darle un aventón a su casa y en el fondo, somos vecinos del mismo barrio que estamos luchando para subsistir en esta selva de cemento.
Me considero un superhéroe, la versión criolla de flash, el rey del asfalto. Mi ley es la de la velocidad, serpenteando entre calles y avenidas con el cuchillo en la boca. Si llevo un pasajero, que abran paso para que llegue como bólido a recoger al próximo y seguir ganándome el moro. Tengo que mantener a mi familia y el día apenas comienza, las horas pico son de mayor cotización porque nadie se mueve entre los tapones como sé hacerlo, así que no hay de otra. Yo, contra el mundo.
Si, adivinaron. Soy un motorista al que despectivamente le dicen “muerto ahorita”. Aunque parezca egoísta, no tengo mala intención, el tiempo define mis ingresos y esa velocidad me la inculcan los mismos que me buscan, sobre todo, si soy delivery. No soy el único, hay demasiados como yo, así que, al que no le guste, que se mude. Total, si todos somos culpables, ninguno en particular lo es.