Hace unos años trabajé en una casa de acogida para mujeres que escapaban violencia machista en Alaska. Me tocaba la tanda de 12 am a 8 am. Era mi favorita: el ambiente es más propicio para atender a las mujeres noctámbulas (como yo) y ofrecerles apoyo individual. También me tocaba responder la línea de emergencia. De noche llamaban muchas mujeres. Algunas no habían dejado sus maridos todavía, pero llamaban porque querían apoyo emocional y logístico, previo a ese paso decisivo.
La casa de acogida era grande: tenía dos pisos más un sótano y quedaba un poco aislada entre muchos árboles. Contrario a las casas de acogida dominicanas, que son y deben mantenerse estrictamente confidenciales, aquella en Alaska era pública porque, comparativamente, el nivel de riesgo es menor. Como no teníamos un seguridad, a la trabajadora de la noche le tocaba un botón de pánico (chiquito, como un collar) que conectaba a la policía de Juneau, quienes estaban atentos de nosotras y cuyo tiempo de respuesta era rápido.
El propósito era que, en el caso poco probable de que un agresor infiltrara el recinto, yo activase el botón de pánico y otras medidas de seguridad para proteger a las mujeres (junto con sus hijas e hijos) en lo que llegaba la policía. En ese contexto, tenerlo colgando del cuello, mientras hacía las rondas en esa casa de acogida grandota, me proporcionaba una sensación de seguridad.
Me recuerdo de eso cada vez que ocurre un feminicidio y un amiguito comunicador, a quien llamaremos Pedro Elbombillo, escribe en Twitter #botondepanico al compartir la noticia. Recientemente, escribió #botondepanico al compartir la noticia de que en Nagua, este pasado 24 de diciembre, Esteban Peñaló, de 40 años, asesinó a Elisabeth Figueroa Ortiz, de 18 años, mientras ella amamantaba al bebé de ambos.
¿Cómo hubiese ayudado a Elisabeth tener un botón de pánico en esos momentos? Según el reportaje, su familia estaba presente cuando el feminicida irrumpió repentinamente en el hogar. Eso es incluso más importante que confiar en una aplicación electrónica para que envíe una señal a un destacamento, quien sabe dónde. Y ni así se pudo detener la tragedia.
No argumento ni a favor ni en contra del botón de pánico en la República Dominica. Mis experiencias utilizando uno han sido positivas, pero tengo muchísimas preguntas sin respuestas porque Elbombillo se rehúsa a mostrarme lo que él describe como “una política pública integral contra la violencia de género sustentada en los fundamentos del #liderazgoresponsable”. Si es una política pública, entonces yo la quisiera analizar. Verán, hasta el momento, esta amistad entre Elbombillo y yo es de una vía, porque él le rehúye a mis mensajes inquiriendo sobre su propuesta como el diablo a la cruz. Si usted lo conoce, me puede ayudar comunicándole que no hay nada que temer: que yo soy una muchachita, generalmente, inofensiva.
No quisiera desincentivar su iniciativa. Al contrario, necesitamos más hombres como Elbombillo: inquietos y determinados a desterrar la violencia machista. Pero la tecnología no será la solución. Los únicos que tienen ese poder son los hombres mismos. Y como los hombres son más propensos a dejarse influenciar por consejos de otros hombres, entonces la responsabilidad de re-educar a los hombres violentos, recae sobre los hombros de los hombres que no lo son.
El botón de pánico que acabará con la violencia no será nada electrónico que cada mujer y niña lleve en el cuello o en el bolsillo, sino el que cada hombre tiene en la cara: su boca. Así que, caballeros: ¡activen su botón de pánico! El poder de su voz puede acabar la violencia machista.