“Abril es el mes más cruel”, escribió T.S. Eliot en La tierra baldía, como si presagiara, desde un océano de distancia, el dolor que este mes habría de grabar en el alma dominicana. Sus palabras, cargadas de lilas que brotan de la tierra muerta, parecen haber encontrado eco en nuestra isla, donde abril no solo trae primaveras, sino luto.

Los corazones dominicanos se estremecen al recordar 1965, cuando la Guerra de Abril dividió a hermanos —civiles y militares— no tanto por ideologías, sino por circunstancias e intereses que los enfrentaron en un baño de sangre. Fue un abril sin flores, aunque poetas, en su afán de redimirlo, quisieron tejer una primavera para el mundo, incluso cuando botas de verde olivo extranjero pisaron nuestro suelo, tiñendo de tragedia lo que ya era un pleito entre nosotros mismos.

Y si 1965 dejó cicatrices, 1984 abrió heridas. La poblada, como la llamó Juan Bosch, no fue solo un estallido de hambre y plomo en la capital, sino una furia que recorrió el país entero. Tres días de violencia que no solo contaron muertos, sino que marcaron a un pueblo con el peso de la desesperación. ¿Cómo nombrar tanto dolor? Abril, otra vez, se alzó como verdugo.

Pero no solo los grandes eventos históricos han hecho de este mes un símbolo de crueldad. Hay un abril más cercano, más cotidiano, que golpea en Semana Santa, cuando la diversión se transforma en luto. Las carreteras, convertidas en cintas de asfalto que escupen terror, y el mar, que traga almas sin piedad, nos recuerdan que la tragedia no distingue entre fiesta y duelo. Cada accidente, cada vida perdida, es un recordatorio de que abril no respeta la alegría que define nuestro ser dominicano.

La última noche de Jet Set, que aún resuena como un eco desgarrador. Duele el alma imaginar cómo la muerte irrumpió en lo que somos: merengue, béisbol, risas, baile. Esa noche, la tragedia no solo se llevó vidas; se llevó un pedazo de nuestra identidad. Padres que no volvieron a sus hijos, hijos que nunca más abrazarán a sus madres, familias rotas en un instante que se eternizó. De alguna manera, todos morimos un poco esa noche. El luto se coló en nuestras canciones, en los batazos o ponches que celebramos, en las fotos que compartimos con nostalgia en las redes.

Abril, empecinado en su crueldad, nos obliga a mirar de frente el espanto. Pero también nos desafía a preguntarnos: ¿cómo seguimos? ¿Cómo bailamos un merengue de Rubby Pérez sin que llore el corazón? ¿Cómo cantamos victoria en el estadio cuando el eco del dolor aún suena? Tal vez la respuesta esté en la misma memoria que nos hiere. Recordar no siempre sana, pero nos da un mapa para no perdernos del todo.

Abril nos hiere, pero también nos enseña a llevar el duelo con la misma pasión con que vivimos.
Volvemos al poeta Eliot: “Abril es el mes más cruel, criando lilas de la tierra muerta, mezclando memoria y deseo, removiendo turbias raíces con lluvia de primavera”.

En sus palabras hay una verdad que trasciende nuestra isla: el dolor y la esperanza nacen del mismo suelo.

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