Así como el partido demócrata tendrá que aprender a saber que el voto latino ya no es su rehén o feudo exclusivo; los republicanos y Donald Trump tendrán, también, que saber, después de la recién pasadas elecciones, que no habrá triunfo sin abrirse e integrar a su agenda y plataforma política el peso político-electoral de un voto en crescendo y que, tarde que temprano, parirá un presidente de acentuado ancestro.

Las estadísticas no mienten: los latinos representan el 18,9% de la población estadounidense (para unos 60 millones), que en estas pasadas elecciones 53% votó por el partido demócrata y el 45% por el republicano -las mujeres votaron más por Kamala Harris, e inverso los hombres por Donald Trump (hablamos de latinos hábiles para votar y que ejercieron ese derecho-privilegio)-; y tal parece, que, los latinos, cada vez más irán votando en función de sus intereses como comunidad y desde ambas plataformas. Por lo tanto, ello obliga, a demócratas y republicanos, a valorarlos e integrarlos con otros criterios no tanto de utilidad coyuntural-electoral. De todas formas, esas cifras marcan un precedente histórico-político-electoral para el partido republicano a nivel nacional.

De modo que el reinado o nicho electoral de los demócratas con respecto al voto latino, después de estas elecciones (2024), ya no es exclusivo o tan narrativamente cautivo, sino que puede variar o pendular como los estados decisorios; tal y cual sucedió en estas elecciones. Ojalá hayan aprendido la lección y hagan la lectura.

Igual, el tema migratorio ya no es una preocupación exclusiva de un partido o candidato, sino también de los latinos; pues aunque suene duro decirlo, la competencia de un latino promedio que tiene un trabajo no profesional no es un blanco, asiático o negro, sino otro latino que, probablemente, entró por la frontera sin el cedazo del proceso o espera de ley. Claro que el fenómeno tiene más que ver con la demanda de la economía, mano obra barata, otros tiempos, una frontera semi-abierta o porosa y un vecino de alta densidad poblacional que, como país latinoamericano, no suple la demanda laboral ni social de su población -caso de todos los países en vía de desarrollo- y encima, para los demás migrantes de la región, es “la vuelta” por México o puerta-entrada “al sueño americano”.

Finalmente, no abogamos por deportaciones masivas, indiscriminadas e inhumanas, sino por una mirada más integradora, valoración política; y, sobre todo, que ambos partidos comiencen a ver a los latinos no como nicho electoral-coyuntural o estereotipo social a estigmatizar-discriminar sino como parte étnica-integral y cultural de esa gran nación.

Eso sí, a los que vienen a delinquir hay que echarlos, en eso estamos de acuerdo.

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