¿Quién tiene en sus manos la posibilidad de cambiar el estado de cosas, y las previsiones apocalípticas acerca de la civilización?
Sin lugar a dudas, nadie más que una fusión vigorosa y monolítica entre el Estado y la sociedad, que incluya al sistema educacional en primerísimo lugar y al sistema cultural mano a mano con este.
Para lograrlo hace falta una cosa: poner en el centro del trabajo de los gobiernos -actual y futuros- el desarrollo cultural en firme de la nación dominicana.
Poco hacemos si tenemos un buen ritmo de desarrollo económico en el país y no invertimos en cultura más allá de lo imprescindible, que dé para mantener más o menos calladitos a los componentes del mundo artístico e intelectual.
Falta también tener una intelectualidad activamente crítica, veladora del rígido cumplimiento de las políticas culturales, que no dependa de las lisonjas del gobierno de turno. Y un componente artístico con salarios que le permitan vivir de lo que han estudiado gracias a su talento, calidad y veteranía, que sean capaces de defender sus posiciones en cuanto a las políticas culturales del país.
Padecemos de una intelectualidad y de un personal artístico inyectados con la vacuna de la abulianina y la inerciana. Incapaces de protestar o de movilizarse lo mismo a favor que en contra del estado de cosas en las instituciones culturales. Incapaces de decir ni pío cuando el Ministerio de Cultura no tiene más que una escueta cantidad de dinero en su presupuesto, para nóminas y algunos eventos, que dicho sea de paso, este año tuvieron que realizarse chocando unos con otros. Dígase, la Bienal de Artes Visuales, la Feria del Libro, o el Cincuentenario del Teatro Nacional.
Incapaces también de protestar por las paupérrimas condiciones en que se encuentra el Palacio de Bellas Artes, con un parqueo sucio y unas escaleras también sucias que ascienden hacia las áreas del jardín. Un teatro con un aire que, según dicen, van a arreglar pero que el ruido que hace impide el buen funcionamiento de cualquier evento allí.
Incapaces de protestar porque el Anfiteatro Nuryn Sanlley está inoperante (salvo dos o tres exepciones al año) porque a sus reverendísimos vecinos les moletaría el ruido.
¡Así no avanzamos! Todos somos culpables.