La muerte de Carlos Alberto Montaner me conmueve. Le conocí hace como 20 años en Santo Domingo. Había sido operado a corazón abierto. Me contó que apoyó la Revolución de Fidel Castro hasta que comenzó el carnaval de fusilamientos. En 1960, con 17 años fue acusado de pertenecer a una cédula terrorista (el mismo argumento que se usó para convertirlo ante la población cubana en un monstruo durante 65 años), así que lo condenaron a 20 años de cárcel y pudo fugarse e ir a dar a la residencia de un embajador, que lo sacó en el maletero de su auto diplomático hasta la escalinata del avión que lo llevó a Honduras. De ahí fue a Miami donde se reunió con su esposa y su hija.
Montaner era un hombre decente, de pensamiento democrático y rigurosa formación cultural. Era un comunicador completo: prensa escrita, radial y televisiva. Y todo con excelencia y respeto al recipiente de sus mensajes. En fin, para los totalitaristas, un terrorista hecho y derecho.
Fue uno de los parias de los inicios de lo que hoy es un deporte olímpico. Hoy en Cuba emigrar es sacarse la lotería, que fue otra de las infinitas prohibiciones de Castro, que parece haber sido el último en sacársela, y haberla dejado en herencia a sus hijos y nietos, que andan por el mundo con más opulencia que Harry y Megan, otros parias que decidieron huir de un ambiente que los agobiaba, pero porque les dió la gana.
Como parias son Sergio Ramírez y Gioconda Belli, quienes acaban de ganar el restaurado Premio Internacional Pedro Henriquez Ureña. Algo que aplaudir del Ministerio de Cultura. Rescatar el premio y con dos queridos amigos del país, es un lujo. Ambos dejaron hace pocas semanas una estela de cariño y admiración en República Dominicana con Centroamérica Cuenta, un evento que debería tener sede fija aquí también anualmente. Sergio y Gioconda son los más visibles de un ejército de parias, porque el dictador Daniel Ortega y su malvesadora (¡además, mala poeta!) Rosario Murillo los ha despojado de la nacionalidad nicaragüense y de sus propiedades. El totalitarismo es el cáncer de este mundo y los parias sus hijos malditos.