El pasado 18 de julio decíamos en esta columna que la identidad cultural dominicana está amenazada de desaparecer. Citábamos las tres presiones más fuertes en ese derrotero: la enorme presencia haitiana en el país, la transculturación y la subcultura urbana.
Esta última ataca a las más esenciales bases de la identidad cultural dominicana, las tradiciones más enraizadas del pueblo dominicano. Asimismo sus costumbres y sus principios éticos, religiosos y morales.
Una de las letras más ‘excelsas’ de esta subcultura urbana que muchos desde los medios masivos -tradicionales o modernos- defienden como lo bueno y válido, porque mueve a la juventud y provoca tráfico, es la que dio nombre al “teteo”.
El tema dice textualmente:
“Tu mujer sofocá / quiere que le dé un pedazo. La loma la tengo en cuatro pedazo’. El kilo lo vendemo’ de a pedazo’ / La vaina ‘tá bajando, lo’ costume’, lo’ costume’ / En chukyteo, fumeteo, tarjeteo/ Molineo-molineo-molineo / Dale teteo, teteo, teteo, teteo / En chuky-, en chuky-, en chukyteo, fumeteo, tarjeteo / Molineo-molineo-molineo / Dale teteo, teteo, teteo, teteo”.
La alusión directa a las drogas, la violencia, el desorden social y la inmoralidad, mayor no puede ser.
La preocupación es enorme. Porque esa juventud, de gusto menos que pedestre, será la que mande y habite esta media isla -si es que existe todavía-, en dos o tres decenios, de manera absoluta.
De modo que la mayor urgencia que tiene “un país en el mundo situado en el mismo trayecto del sol”, no es económica ni política, es cultural. Se trata de seguir existiendo o desaparecer como cultura, como nación. La solución, la única solución para esta situación que nadie -o casi nadie- quiere ver, es cultural.
Un acuerdo por la identidad cultural
Sería pertinente un acuerdo político social que permita diseñar una efectiva política cultural a corto, mediano y largo plazo, de obligado cumplimiento aunque cambien las banderas políticas en palacio.
Cultura, cultura, cultura. El único antídoto contra esta pandemia de incultura, mal gusto, mediocridad y banalidad que nos arropa. Y contra el continuo debilitamiento de la identidad cultural nacional, que un mal día -¡no lo quiera Dios!- va y amanecemos viviendo en otra República Dominicana. Sin dominicanidad.